28 de noviembre de 2007

Una Nueva Estafa

En días recientes, se ha dado a conocer la noticia de que el dueño de Frecuencia Latina, el empresario de origen israelí, Baruch Ivcher, efectivamente no tendría la nacionalidad peruana. De acuerdo a la "información vertida por la revista Caretas", http://www.caretas.com.pe/Main.asp?T=3082&S=&id=12&idE=752&idSTo=0&idA=29838 Ivcher mantendría la nacionalidad israelí. En realidad, tal hecho nos merece poca importancia en sí mismo.
Lo que nos llamó la atención es conocer la circunstancia en las que el señor Ivcher había sido beneficiado con la indemnización económica que el estado asignó a quienes fueron víctimas de persecución durante la dictadura de Fujimori. En realidad, como se sabe, las víctimas fueron muchas y de diversa forma. Muchos FUERON ASESINADOS, DESCUARTIZADOS, ALGUNAS de ellas QUEDARON LICIADAS COMO Leonor La Rosa, etc. Otros fueron simplemente perseguidos económicamente, y algunos como Ivcher, fueron expropiados de su canal de televisión.
Bueno pues, cuando la Corte Interamericana de los Derechos Humanos determinó una reparación económica, el estado peruano, como casi siempre en toda su historia, no resarció con equidad. Al señor Ivcher le asignó la astronómica suma de veinte millones de soles, en lugar de asignárselo al canal, que había sido la víctima directa de la dictadura, Mientras que al resto de las víctimas incluidas en el proceso, solo se le dieron cantidades menores.
Lo que yo no sabía, eran dos cosas interesantes. Primero, que la Corte Interamericana, luego del respectivo examen de cada caso, había recomendado indemnizar al señor Ivcher con setenta mil soles. Y, en segundo lugar, que el estado, bajo administración de Toledo, había designado una comisión arbitral que vio el caso de Baruch Ivcher. Esa comisión estuvo conformada por tres conspicuos abogados de Lima. Los doctores Jorge Santistevan, Felipe Osterling, y Jorge Avendaño. Esta comisión curiosamente no hizo caso de la recomendación de la Corte Interamericana, y le adjudicó una reparación de mas de veinte millones de soles al empresario israelí.
El punto es que hoy, tras una exhaustiva investigación de la revista Caretas, se ha determinado que Baruch Ivcher nunca había renunciado a la nacionalidad israelí, que por lo tanto no era peruano, que no tenía derecho a dicho beneficio y que estos tres egregios abogados, actuaron con ligereza, por decir lo menos.
¡Con ligereza?, ¡con descuido?. ¡Estos abogados que pueden ganarle a cualquiera?, pero que además ¡son referente de probidad?. Así es y así ha sido. Este tipo de pequeñas ligerezas son las que han generado fortunas en nuestro país. Por supuesto, el señor Ivcher, no querrá devolver lo que no le corresponde. El nunca fue peruano, y por lo tanto, nunca le correspondió tal reparación económica.
Recuerdo el epígrafe de la novela ‘El padrino’ de Mario Puzo, una frase de Balzac que dice algo así como: “Detrás de toda gran fortuna, hay un gran crimen”.
Pero, para mí, lo más delicado, es la conducta mostrada por estos tres referentes de la legalidad y la probidad ética en nuestro país. Ya puedo intuir porqué la confianza entre nosotros, es cosa tan precaria en el Perú.

19 de noviembre de 2007

Dos semanas y Media

Cuando se adquiere algún hábito fuerte y de pronto éste se ausenta, resentimos el cambio con algo de sorpresa.
Pero, cuando ese hábito tiene que ver con el trabajo y el día a día, la cosa puede tomar proporciones de angustia y hasta de desesperación.
Hace ya más de tres semanas sufrí el colapso de mi computadora. El disco duro, la zona donde se aloja toda la información que contiene el sistema, dejó de funcionar de un momento a otro. Todos los esfuerzos fueron realizados. Desde llamar al amigo, luego al especialista, hasta la consabida visita a Wilson Valley. Pero finalmente, nada se pudo hacer.
No quiero entrar en detalles sobre las cosas valiosas que perdí en este naufragio informático; pues podría deprimirme nuevamente. Tampoco quiero desgastarme en las reiterativas recomendaciones de precaución con la información electrónica y los respaldos de distinta índole.
Simplemente pensaba en que aún en la era de la información y los repositorios virtuales, el riesgo de perder documentación valiosa sigue vigente.
Evidentemente, es un escándalo que lo diga un bibliotecólogo de esta época como el suscrito. Nosotros que recibimos, en la universidad, cursos sobre conservación y protección de documentos en distintos soportes.
Así es. A menudo se piensa que tales medidas son para las instituciones, para el trabajo, y que a uno nunca le va a pasar.
Sin embargo, fueron dos semanas y media. Dos semanas y media sin poder trabajar con la amiga que me ha acompañado por cerca de tres años sin quejarse, sin reclamar nada, y con toda fidelidad por mis propósitos.
Había adquirido el hábito de trabajar al amanecer. Era una especie de conspiración en medio de una ciudad durmiente. Todo lo que leía y más recientemente, todo lo que estaba escribiendo, había sido básicamente realizado en las madrugadas. Hasta que en el momento menos esperado, zaz. No hubo más madrugadas, más lecturas, más ejercicio escritural.
Dos semanas y media usando computadoras de prestado y totalmente ajenas a mi ritmo. En fin. No hay duda, los tiempos nos han hecho unos “PC workers”; o, como se dice ahora, unos “networkers”, totalmente sujetos y atados a la impronta informática. Nos hemos hecho unos infodependientes. El teléfono ya no nos llena. Necesitamos más. Pareciera que la simple conversación no basta. Necesitamos sentir que estamos en la red, que algo de nosotros discurre en este nuevo oráculo que es la red de redes.