21 de diciembre de 2008

El futuro, ¿es cuando?

Cuando los sueños vuelan.
Con la reciente noticia de que la empresa Virgin Galactic ha recibido la autorización oficial para iniciar la construcción de su primer "spacepuerto", se acentúa la idea de que a solo inicios del siglo, aún no contamos con la imaginación suficiente sobre la configuración de la realidad en la que vivirán nuestros hijos.
Se me antoja traer aquí lo señalado por Michael crichton en un libro de finales del siglo pasado o inicios de este siglo:
Todos los grandes imperios del futuro serán imperios de la mente.
WINSTON CHURCHILL, 1953
Si uno no sabe historia, no sabe nada.
EDWARD JOHNSTON, 1990
No me interesa el futuro. Me interesa el futuro del futuro.
ROBERT DONIGER, 1996
INTRODUCCIÓN
LA CIENCIA A FINALES DE SIGLO
Hace cien años, en las postrimerías del siglo XIX, los científicos de todo el mundo estaban convencidos de que habían alcanzado una representación precisa del mundo físico. Tal como lo expresó Alastair Rae, «a finales del siglo XIX parecían conocerse los principios fundamentales que rigen el comportamiento del universo físico» [1]. De hecho, muchos científicos sostenían que el estudio de la física prácticamente podía darse por concluido: no quedaban grandes descubrimientos por hacer, sino sólo detalles y pinceladas finales.
Pero en la última década del siglo salieron a la luz unas cuantas curiosidades. Roentgen descubrió unos rayos que traspasaban la carne; como no tenían explicación, los llamó rayos X. Dos meses después Henri Becquerel advirtió por azar que un fragmento de mineral de uranio emitía algo que velaba las placas fotográficas. Y el electrón, el portador de la electricidad, fue descubierto en 1897.
Sin embargo, en términos generales, los físicos no se inmutaron, dando por supuesto que esas rarezas quedarían explicadas tarde o temprano por la teoría existente. Nadie habría previsto que en cinco años esa conformista visión del mundo se vería trastocada de manera sorprendente, surgiendo una nueva concepción del universo y unas nuevas tecnologías que transformarían la vida cotidiana del siglo xx de un modo por entonces inimaginable.
Si en 1899 alguien hubiera dicho a un físico que en 1999, cien años después, se transmitirían imágenes en movimiento a los hogares de todo el mundo desde satélites; que bombas de una potencia inconcebible amenazarían la supervivencia de la especie; que los antibióticos atajarían las enfermedades infecciosas pero que dichas enfermedades contraatacarían; que las mujeres tendrían derecho al voto y píldoras para controlar la reproducción; que cada hora alzarían el vuelo millones de personas en aparatos capaces de despegar y aterrizar sin intervención humana; que sería posible cruzar el Atlántico a tres mil doscientos kilómetros por hora; que los hombres viajarían a la Luna, y perderían luego el interés por el espacio exterior; que los microscopios conseguirían ver átomos independientes; que la gente llevaría encima teléfonos de un peso no mayor a unas cuantas decenas de gramos y se comunicaría sin hilos con cualquier lugar del mundo; o que la mayoría de estos milagros dependerían de un dispositivo del tamaño de un sello de correos, basado en una nueva teoría llamada mecánica cuántica...; si alguien hubiera dicho entonces todo esto, el físico sin duda lo habría tachado de loco.
La mayoría de estos avances no podían predecirse en 1899, porque la teoría científica imperante los consideraba imposibles. Y en cuanto a los pocos que por entonces parecían posibles -tales como los aviones-, la envergadura de su posterior uso hubiera escapado a las previsiones de cualquiera. Podía imaginarse un avión; pero la presencia simultánea de diez mil aviones en el aire era algo inconcebible.
Así pues, podemos afirmar en rigor que, en el umbral del siglo XX, ni siquiera los científicos mejor informados tenían la más vaga idea de lo que se avecinaba.
Ahora que nos hallamos a las puertas del siglo XXI, la situación presenta una curiosa similitud. Una vez más los científicos creen que el mundo físico está ya explicado, y que el futuro no nos deparará más revoluciones. Por la experiencia de la historia previa, ya no expresan esta opinión en público, pero eso es lo que piensan de todos modos. Algunos observadores incluso han llegado al extremo de plantear la tesis de que la ciencia como disciplina ha concluido ya su labor, que no le queda nada importante por descubrir [2].
Pero de la misma manera que en los últimos años del siglo XIX existían indicios de lo que estaba por venir, en los últimos años del siglo XX encontramos también pistas para vislumbrar el futuro. Una de las principales es el interés en la llamada tecnología cuántica, un esfuerzo en muchos frentes para crear una nueva tecnología que utiliza la naturaleza esencial de la realidad subatómica, y promete revolucionar nuestra idea de lo que es posible.
La tecnología cuántica entra en total contradicción con lo que el sentido común nos dice sobre el funcionamiento del mundo. Postula un mundo en el que los ordenadores operan sin ponerse en marcha y los objetos se encuentran sin buscarlos. Con una sola molécula puede construirse un ordenador de una potencia inimaginable. La información se desplaza entre dos puntos de forma instantánea, sin hilos ni redes. Se examinan objetos lejanos sin contacto alguno. Los ordenadores realizan sus cálculos en otros universos. Y el teletransporte [3], «Teletranspórtame, Scotty», es algo corriente y utilizado de muy diversas maneras.
En la década de los noventa del siglo XX, las investigaciones en el campo de la tecnología cuántica han empezado a dar resultados. En 1995 se enviaron mensajes cuánticos ultraseguros a una distancia de 61 kilómetros, induciendo a pensar que en el siglo venidero se desarrollará una Internet cuántica. En Los Àlamos, un grupo de físicos midió el grosor de un pelo humano mediante un rayo láser que en realidad no se proyectó sobre el pelo, sino que podría haberse proyectado. Este singular resultado «contrafactual» inició una nueva área de detección sin interacción, o lo que se ha dado en llamar «encontrar algo sin buscar».
Y en 1998 se demostró la posibilidad del teletransporte cuántico en tres laboratorios de distintos lugares del mundo: en Innsbruck, en Roma y en el Cal Tech (California Institute of Technology). El físico Jeff Kimble, jefe del equipo del Cal Tech, declaró que el teletransporte cuántico podía aplicarse a objetos sólidos. «El estado cuántico de una entidad podría transportarse a otra entidad... Creemos saber cómo hacerlo.» [4] Kimble se abstuvo de insinuar que fuera posible transportar a un ser humano, pero imaginaba que quizá alguien lo intentara con una bacteria.
Estas curiosidades cuánticas, contrarias a la lógica y el sentido común, han recibido escasa atención por parte del público, pero eso no seguirá así por mucho tiempo. Según ciertas estimaciones, en las primeras décadas del nuevo siglo la mayoría de los físicos de todo el mundo trabajará en algún aspecto de la tecnología cuántica. [

16 de diciembre de 2008

Mujeres

Me estremeció una muchacha, ... hija de aquel continente.
Hoy 16 de diciembre, a las 8:42 de la mañana, ha nacido mi hija. Solo eso, debería bastar para estremecerme y sentirme por unos instantes, fuera del aquí y del ahora.
Antes, en otro tiempo, pensé y lo dije con insistencia, no concibo como se puede traer niños al mundo. A este mundo cada vez menos acogedor con los que recién llegan. Pero, en fin, la vida se las arregla para ponernos en la tecitura de amar, sentir, vibrar, quedar sin aliento, llorar, reir, pero, ante todo, vivir, y vivir.
Gracias Paola, compañera mía, por obsequiarme esta oportunidad para la esperanza en la vida. Y, a tí Luciana, hija, te deseo lo mejor que pueda darte la vida. Hoy llegas, estarás a nuestro lado, conocerás el mundo, y un día te irás. Hasta entonces, trataré de ser el humano que he soñado y sueño aún para este mundo.
Luciana, al igual que mamá, y, al igual que tu abuela, me das esta hermosa oportunidad de vivir.
Besos por siempre.
Papá.