2 de marzo de 2012

"¡Ustedes no vivieron la época del terrorismo, por eso no saben! ...."

Una de las argumentaciones más simplistas e inconsistentes a la hora
de confrontar con el hecho de que algunos jóvenes apoyen iniciativas
como las de Movadef, y muchos, la mayoría, no sepan siquiera quienes
fueron Avimael Guzmán o Mariaelena Moyano, ha sido la monserga esta
de:
"Lo que sucede es que los jóvenes, chicos de veintipocos años no han
vivido, como nosotros, los años del terrorismo. Epoca en la que no
podíamos salir sin el temor de saber si regresaríamos a casa, o que te
estalle una bomba en la esquina de tu casa".
Paparruchadas de este estilo, han sido moneda común en distintos
espacios, y han sido repetidas más o menos monótonamente por diversos
personajes públicos. desde políticos, periodistas, unos más lúcidos
que otros, por estrellas de la farándula, etc.
Todos han puesto su cuota de horror, de odio, de rechazo a la época
que vivió este país como consecuencia de la violencia política. Hoy
mismo, hay un segmento en el noticiario nocturno de un canal local, en
la que se dedican a tomarle testimonio a diversos personajes
televisivos entre actores, conductores, seudo estrellas del
espectáculos, vedettes, etc.
Muy bien. Eso no está mal, peor sería la indiferencia ante los hechos
del presente. pero resulta que tras esa cruzada pro memoria, o más
bien, anti sendero, parecen refugiarse varios prejuicios y taras que
en el fondo podrían estar minando el propósito mismo que tiene tal
acto de memoria.
para empezar, tiene que resultar casi una impostura, un simulacro,
para quienes hemos vivido los ochenta y los noventa, decir que eran
tiempos invivibles. Todo tiempo tiene su aspecto invivible,
insufrible, que duda cabe. Pero ponerse hoy a pontificar sobre lo duro
que la hemos pasado, que casi somos héroes por haber vivido en el perú
de esos años, o ponernos con aires de veteranos de guerra,
sobrevivientes a alguna suerte de apocalipsis maoista, tal como hace
de cuando en vez el tetelemeque del director de correo, es cuando
menos, patético.
En los ochenta, no habían los conciertos que hay hoy, pero estaban los
eventos musicales masivos de fin de año, como "La Más Más", "La mejor
Mejor", y otras que no recuerdo. No estaba Gótica, pero estaba la
Reflejos. Yo mismo recuerdo haber asistido con trece años, y solo, en
el amauta, al concierto de Abuelos de la nada, junto con Miguel
Mateos. Luego, al del Tri y el de Violadores, en acho. Todo esto,
entre el 86 y el 88. Y, no jodan, no me van a contar la vaina esa de
que uno no podía salir de su casa, y tal por cuál.
¿Que el Perú vivía su periodo más terrible de los últimos cien años?.
Sin ninguna duda. El país ardía en una absurda conflagración que sobre
todo laceraba poblaciones micérrimas en los andes. Eso no tiene
discusión. pero, en tal caso, quienes deben hablar, quienes tienen
mucho que decirnos, son esas poblaciones, esos peruanos que sufrieron
la barbarie de la violencia de esos años.
El problema es que eso no está ocurriendo. Mientras las víctimas de la
violencia, los peruanos que fueron incluidos para los programas de
reparación han sido olvidados y no se dice nada de ellos en los medios
locales, en esos mismos medios, se llenan la boca gente que muy
probablemente no se enteraronn, no se inquietaron, ni se interesaron
por saber, conocer, comprender lo que estaba pasando en el país.
La Paradoja Mayor.
Esa misma gente que en su día la pasaba macanudo, lo que quedaba de
ancón o el kilómetro 40 en el verano, Los Cóndores o Chaclacayo en
invierno, hoy no sin una dosis de de conchudez sale y le reclama a los
jóvenes algo raramente absurdo:
"Ustedes no vivieron los años que yo viví".
"Ergo, ustedes no tienen derecho a pensar, a sentir, ni menos a opinar
sobre nada concerniente a lo que vivió el Perú de la guerra interna".

El problema no son las opiniones, o el derecho a expresarlas. Todos
pueden, y todos tienen derecho a expresar, todos tienen derecho, el
mismo derecho a decir lo que tienen que decir de lo que les tocó
vivir, o, en su caso, de lo que no vivieron pero que les interesa o
llama a indagar.
El problema, la cuestión es el disfuerzo, la impostura que se extiende
como una mancha de aceite venenoso en las conciencias de los peruanos
de hoy. Ese pontificar sobre los años del terrorismo, ese enarbolar
banderas de odio contra toda forma de subversión, no con propósitos de
comprensión y procesamiento del fenómeno, sino, con propósitos
vanales, más de oportunismo mediático.
La cuestión, decía, es cómo podemos reprocharles a los jóvenes no
haber vivido esa época, mientras en el perú de hoy, pueden
descerrajarte un tiro por quítame estas pajas, como si nada. Cómo
puede sobre dramatizarse, y no me refiero a las víctimas reales, sino
a los oportunistas mediáticos, sobre el horror vivido, mientras hoy tu
hijo, o mi hija, puede recibir una bala mientras duerme en su cama,
como ya ha pasado reiteradas veces en los últimos meses en Lima y
otras ciudades.
La cuestión es, para terminar, que obviamente son violencias de
distinta índole, pero ambas son formas de la destrucción humana que no
deberíamos dejar incuestionadas. Lo que no se puede hacer es
estigmatizar sin mayor análisis una violencia, bárbara sin atenuantes,
y dejar intocada o ignorada la otra forma de violencia, actual, viva,
e igual de bárbara, que hoy decora nuestro presente. Además,
considerando que esta violencia de hoy, no política, venía dentro del
paquete de modernidad, neoliberalismo, y desarrollismo a la bruta, que
nos vendieron en los noventa.
O sea, que no se trata tampoco de una forma de violencia con signo
neutral, sino, que se sabía, leer a Rifkin, que la lógica del
crecimiento al que todos nos aferramos con uñas y dientes, traía el
lastre de una criminalidad congénita. Leer "El Fin del Trabajo" de
Jeremy Rifkin y "Gomorra" de Roberto Saviano.