3 de diciembre de 2007

El Síndrome de la Política

En los últimos tiempos, solemos recibir con no poca expectativa, los resultados de las encuestas sobre intención de voto, o de aprobación a los representantes de la política actual. Todavía no terminamos este año 2007, y las encuestadoras ya están instrumentando climas electorales y escenarios sociales en pos de la competencia política del 2011.
Sin embargo, yo creo que tenemos un problema con la política, bastante más serio de lo que sospechamos. La cuestión es que la noción de política que se ha hecho predominante entre nosotros, es una que ni es verdadera, ni nos conviene como colectividad humana.
La política, según el temperamento griego, donde tuvo su origen, es una práctica para vivir en comunidad. La política, se supone, es esa cierta noción de la justicia y el respeto. Noción que puede permitir la vida en común.
El problema, de la noción actual que se tiene de la política, es que ya dejó hace varios siglos, de ser una noción para la vida en comunidad. La política se ha transustanciado con la noción del poder. Vale decir, con la idea de dominación. La política actual, se concibe como lucha. En consecuencia, se asume que hay ganadores y derrotados. Todavía subsiste en el discurso la idea de colectividad, de país, de nación. Sin embargo, no es posible ya negar que desde Maquiavelo, los sueños y aspiraciones políticas, han sufrido una fragmentación decisiva. Más aún, según creo, la política ha adquirido una enfermedad Terminal. A saber: el síndrome del PODER.
Todo en la política gira en torno a la concentración del poder. Los que no lo tienen, luchan por él. Los que lo ostentan, lo defienden sin escrúpulos y los que lo han perdido, sueñan con el día en que podrán recuperarlo. Todos los discursos y facciones, justifican esta aspiración. Los radicales de izquierda, quienes alguna vez coquetearon con la subversión, hasta los fundamentalistas de derecha. Todos. La misma lógica puede identificarse en un Pinochet, como en Fidel Castro. Lo mismo en Abimael Guzmán, que en Vladimiro Montesinos. Incluso entre los más moderados o elegantes se percibe una curiosa resignación a la política.
Lo extraño de esto es lo difícil que se hace el reconocer que la política es tan solo una praxis social. Un instrumento cultural para la convivencia en sociedad. La política ni es cósmica ni es genética. Esto es, no está inscrita en la realidad como lo está la ley de la gravedad, por ejemplo. Ni tampoco forma parte de nuestros genes, totalmente moldeables, por cierto. Quiero decir, la política no es conveniente, pero, sobre todo, no es inescapable.
Entonces, queda la pregunta: ¿puede haber algo distinto que ella, la política?. Bueno, yo creo que aquí hay que responder con esa vieja frase voluntarista pero indispensable ahora. Lo que es necesario, es posible.
Es necesario concebir una praxis distinta y distante de la política. Es indispensable por varias razones que ahora no toca comentar. Pero, solo a manera de provocación, propongo considerar lo siguiente:
Primero, si la política es una praxis anómala, ¿qué otra praxis debe o puede ejercerse?. Bueno, a falta de un mejor nombre, señalaría el 'interaccionismo humano'.
Segundo, el interaccionismo humano, no precisa del poder. No basa su desarrollo en la dominación. El interaccionismo, depende del concurso de todos para autofundamentarse. Es inclusivo por naturaleza. Si no hay interacción, es decir, encuentro de diversidad de aportes, de factores, no hay desarrollo, por lo tanto, no hay vida.
Tercero, el interaccionismo por sí mismo, determina una lógica de inclusión. No requiere restar o dividir, sino que precisa sumar y multiplicar.
Cuarto, si la política puede sustituirse por el interaccionismo, no se requieren facciones, correlaciones de fuerzas, cálculos o confrontación para conseguir ningún poder. El poder queda simplemente fuera de toda lógica.

¿Elocubraciones gratuitas?, es probable, puede ser. Ojalá fuera solo eso. Pero lo que hay que recordar es que la realidad, y la vida, siempre nos pasa la factura por todo lo que se hace mal o se deja de hacer a tiempo.

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