10 de diciembre de 2007

El Temperamento Peruano

Las diferentes realidades y los distintos grupos humanos suelen mostrar rasgos de alguna característica especial. Cuando pensamos en el brasileño, en el temperamento brasileño, uno se siente inclinado a percibir o destacar esa impronta de alegría de ser. Con el mexicano más bien se siente un cierto chauvinismo cultural. Por lo general, encantador, aunque a veces, empalagoso. Con el temperamento argentino, específicamente Con el porteño, suele percibirse una divertida suficiencia y una agudeza que suele confundirse con la del vivo, dicho todo esto en términos generales por supuesto.
Con los chilenos, uno encuentra una extroversión y una calidez que poco podría imaginar el peruano; pero, que, en mi caso, puedo refrendar por experiencia propia.
En el caribeño se percibe ese espíritu locuaz y divertidamente dicharachero. En el español una gravedad y, a menudo, hasta una sequedad inquietante. En el americano, en términos generales, insisto, hay una dosis de impronta lúdica e infantil; tanto en el vestir, como en el ser o el hacer. En el peruano, que evidentemente es lo que nos impulsa a escribir estas líneas, hay algo que no llega a definirse del todo, desde mi percepción.
En algún momento me sentí tentado de identificar la timidez como nuestro rasgo característico. Luego, a raíz de alguna entrevista a unos turistas holandeses, intuí la tristeza. Más recientemente he sostenido frecuentemente que un rasgo característico es la baja autoestima. Aunque también llegué a identificar la dulzura o la ternura, en términos muy genéricos, como vengo insistiendo.
Lo cierto es que el temperamento peruano; puesto frente o junto a otros tipos culturales, suele mostrar ese apocamiento, esa cortedad expresiva, incluso esa tristeza vallejiana.
No es necesario referir nuestra performance futbolística o nuestra histórica incompetencia en las gestas militares. Nuestros principales héroes, lo son como protagonistas de guerras perdidas. Y en el fútbol, ha sido frecuente la carencia de personalidad para siquiera mantener resultados favorables.
Pero, ¿cuál es el problema?, ¿nos falta aplomo?, ¿necesitamos aplomo?. Probablemente sí. Qué duda cabe que un poco de aplomo podría contribuir junto con otros factores a remontar problemas del presente. Sin embargo, un examen más consistente, debería mostrarnos nuestro genoma cultural. Por decirlo de algún modo. Un mapa de la estructura básica de nuestra idiosincrasia y nuestro modo de encarar el mundo.
Tengo la impresión de que en la actualidad, como resultado de una mayor penetración de los medios masivos, existe una generación un tanto más desenfadada. Un creciente espíritu de extroversión y locuacidad, sobre todo, en determinados sectores sociales. Lo que es evidente es que este rasgo reciente tiene una raíz mediática. Se trata de llenar el silencio, con lo que sea. Se trata de ganar micrófono, de robar cámaras, como usualmente se dice entre los comunicadores. O, lo que algunos llaman, el figuretismo, (una expresión de origen rioplatense). Figuretismo, que, siendo una necesidad, un disfuerzo por figurar, revela o constata nuestra proverbial baja autoestima.
No obstante, insisto, aún nos falta una dosis de aplomo. Una cierta seguridad y confianza en lo propio. Vale decir, en las capacidades propias.
En cualquier caso, es imprescindible explorar nuestro propio horizonte cultural desde la perspectiva de nuestro temperamento, de nuestro espíritu colectivo. Pero ¿para que?. Para empezar a ser. Ser lo que realmente nos toca ser. Y no, lo que la tradición o la imagen mediática nos señale lo que podemos ser.

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