27 de marzo de 2009

La Felicidad de Leer

La Auténtica Meta Literaria.
En un magnífico artículo de Gabriel Zaid, aparecido la primera semana de marzo, Zaid formula una serie de consideraciones acerca lo que en la actualidad se puede denominar las "metas literarias".
La perspectiva que nos propone incluye la noción de dos lectores. El primer lector, el que se realiza en el acto de la lectura, el que despliega su ser leyendo sin más. Luego se refiere al segundo lector, que suele ser el editor, el crítico, o el que percibe al libro más como un producto masificable que como un evento que comporta milagros. Luego abunda en ejemplos y referencias del modo en que los oficios se han perfilado a partir de la percepción social e histórica a lo largo del tiempo.
Lo central que encuentro en lo vertido por Gabriel Zaid, es que en efecto, un libro, puede conportar verdaderos tesoros en su interior aún cuando no necesariamente esté asegurada su masificación comercial. Y que, a su vez, hay libros que conviene evitar dada sus pocas posibilidades de insuflarle a la vida el soplo de ánimo que la cotidianidad nos hace necesitar para darle color a la vida. Cuando uno piensa en opiniones como las de Fernnando Ampuero, quien cree que un libro con altas ventas en Wong es inevitablemente un buen libro. O performances como las de iván Thais, siempre atento a los premios, o a las menciones publicitarias a los escritores, preferentemente sus amigos o cercanos, convendrá recoger este tipo de consideraciones como las que ofrece Zaid. Consigno aquí, parte de su artículo tomado de Letras Libres:
Inevitablemente, los éxitos literarios (textuales), paraliterarios (sociales) y extraliterarios (laterales) se confunden y enredan. La confusión es normal, sobre todo en un joven que sueña en... Y aquí empiezan las confusiones. No es lo mismo soñar en leer y escribir, que soñar en ser escritor, que soñar en ser famoso, etcétera. Es mejor precisar las ambiciones, para no perder el tiempo en metas ilusorias; y para separar lo que la moralina suele amalgamar.
1. La meta literaria más alta es la felicidad de leer. Es una meta que no requiere escribir, menos aún publicar, ya no se diga salir en televisión. El verdadero éxito literario está en la felicidad, animación, libertad, de estar leyendo, de ser leyendo. Es algo así como ser más, sin querer más (que la simple prolongación de esa plenitud). Puede alcanzarse también de otras maneras: escuchando, mirando, caminando, conversando, aunque nadie salga en televisión por haber visto una tarde espléndida, o haber leído un poema que fue una revelación.
Vivir esa experiencia en un texto (normalmente ajeno, en cuanto fue escrito por otro, aunque se vive como propio) despierta el apetito de más. Un más que no es la mera acumulación de lecturas, sino la prolongación de un encuentro interminable y feliz con la realidad. La lectura es una irrealidad que nos vuelve más reales. Empieza por ayudarnos a escapar de esa irrealidad que es la vida aburrida, y nos da ánimos para volver y reanimarla, para hacer de lo cotidiano algo interesante y legible.
La libertad que da el oficio de escribir, movida por el apetito de leer, puede llevar a un milagro inmerecido: escribir algo que nos hacía falta leer, pero nunca habíamos leído. Sucede generalmente por haber leído poco. Pero no es imposible (aunque se diga una y mil veces que todo está escrito) que el milagro personal sea también histórico: que nunca antes tal (combinación de sílabas, imágenes, episodios, ideas) se hubiese escrito. Claro que proponerse la originalidad es una tontería, porque los milagros no se producen voluntariamente. Lo importante es el apetito de leer, aunque nos lleve a descubrir el Mediterráneo.
Para conservar el apetito, lo mejor es callar cuando no se tiene nada que decir y dejar de leer a los que nada tienen que decir. Se ahorra mucho tiempo, y se conserva el ánimo de explorar, leyendo o escribiendo. Evitar lo trillado, lo que está bien pero nada más, produce una especie de vacío que despeja el horizonte y como que succiona hacia lo importante. Hay un vacío ruidoso y parlanchín que no deja hablar al silencio, y hay un vacío silencioso que puede desembocar en el milagro.

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