11 de setiembre de 2008

Once de Septiembre

Cuento.



Eran cerca de las diez de la noche. La jornada había sido agotadora. Pero, tal como esperaba, El asunto había salido con éxito. Llegó al hotel. Se dirigió al sexto piso ingresó a su habitación y al mirar la alfombra azul, de un modo inevitable, recordó que esta noche, nuevamente se enfrentaría con la pesadilla de la mano monstruosa. Se dirigió al pequeño friobar, extrajo una botella de Gatorade y luego de tragar un Valium con la bebida, decidió enviar el correo electrónico que tanto esperaban sus colegas en la oficina.
Glenn tomó su viejo Iphone , y sintió debajo del abdomen la sutil presión que solía experimentar antes de cada golpe de éxito personal. Ingresó el E-mail de su jefe. Y, para darle un toque más provocador, copió el mensaje a Jimmy Barker. Puso como asunto "Operación florida", redactó un mensaje parco, como sugiriendo que la información gruesa iría con él.

El mensaje salió con hora nueve y cuarenta y dos de la noche Del diez de Septiembre. Glenn decidió no revisar ningún mensaje y desactivó el gestor de correos en su dispositivo. Bebió otro poco de Gatorade, dejó la habitación a oscuras, pero la intensidad de las paredes color marfil concentraba su atención. Cerró los ojos. Necesitaba descansar sin sueños. Solo quiso desvanecer todas las imágenes de su mente hasta que poco a poco fue extraviándose en una calidez sedante. De pronto, una mano, tuvo detrás suyo una enorme extremidad que lo seguía implacable, una mano monstruosa que parecía descender del cielo, avanzando hacia él, persiguiéndolo siniestramente. Corría desesperado tratando de alejarse de aquella desproporcionada cosa que silenciosa pero persistente, iba alcanzándolo. Corría al borde de una playa desierta. Hacia su lado derecho, se veían unas aguas espumosas que iban y venían indiferentes a su desesperación y, hacia el lado izquierdo, una extensa playa de arenas blancas. Glenn sentía que ya no podía más, iba a reventarle el corazón, había gastado todas sus energías y estaba a punto de abandonarse y dejar que esa cosa lo atrapara. Sintió el impulso de gritar con todas sus fuerzas. Ti-ti-ti ti, ti- ti-ti-ti, ti-ti-ti-ti, la alarma de su reloj lo despertó bruscamente de aquel sueño angustioso. Acababa de salir de la pesadilla recurrente que lo venía atormentando en las últimas noches. Eran ya, casi las ocho de la mañana. Sintió el cuerpo adolorido. Percibió desde la ventana las primeras señales del día. Si no se apuraba, perdería el vuelo de las ocho. Tomó un baño que lo aligeró de la pesadez producida por el mal sueño.

Sin afeitarse, pero convenientemente acicalado para el viaje que tendría que emprender hasta San Francisco, se vistió con lo que solía ser su traje de viajero. Pantalón de lino de algún color claro y camisa de seda oscura. Se miró en el espejo, advirtió las leves ojeras que se insinuaban alrededor de sus ojos café, y decidió no demorar más. Cargó la maleta que casi no había desordenado, tal como era su estilo. Bajó con la mente enfocada en algunos detalles de su actuación personal en la jornada de la víspera.

El día se anunciaba con un sol cargado de potentes resplandores que ya bañaban los edificios del hotel. Luego de cancelar sus tres días de hospedaje, eligió con la vista una de las unidades de servicio que esperaban en el frontis. Se aproximó a la camioneta azul, Metió sus maletas y se acomodó en el asiento trasero, aún con la imagen de la enorme mano en su mente. Enrumbaron por la carretera costera hacia el aeropuerto. En el trayecto recordó la conversación con Mr. Zeng, El inversionista chino, objetivo de este viaje a Miami. Lo recordó exponiendo sus condiciones y negociando con ese temple de los mejores depredadores de Wall Street. "No quiero arriesgar ni un centavo de ese dinero señor Fisher", le había dicho con tanto énfasis el dueño de la cadena de hoteles costeros con mas proyecciones en la bolsa.

La camioneta del hotel, en Miami, enfiló por la carretera hacia el aeropuerto. El auto mantenía una velocidad proporcional a la ansiedad que Glenn sentía por disfrutar del éxito que hacía solo unas horas había materializado luego de más de un año de negociaciones. El lugar parecía mostrar un aspecto tranquilo para esta época de tanto flujo de visitantes. A Glenn siempre le resultaba detestable enfrentar todos esos ajetreos burocráticos del aeropuerto de Miami. Pensó que, al fin y al cabo, en algunos minutos más se acomodaría plácidamente en el asiento del avión, en el vuelo que lo llevaba rumbo a San Francisco donde lo esperarían ávidos. Ávidos de él y de los veinticuatro folios del contrato con H. M. Zeng que llevaba en el portafolio. "Los pasajeros del vuelo 373, con destino a San Francisco, por favor embarcarse por la puerta número 7", anunció la voz por los altoparlantes. Era su vuelo. Al fin partiría. "Otra pelota en la canasta", se dijo. "Todo salió como lo esperaba, ja. Ahora el viejo Jimmy tendrá que mover el culo en su apartamento de ochenta mil dólares", Se dijo al tiempo que saboreaba el cierre del negocio que tanto le había exigido Davis y Morgan, desde el otoño pasado. Vio discurrir sus maletas conducidas por aquellos carritos del servicio de carga, en medio de un creciente gentío. Qué curioso sabor tenía el triunfo. Siempre había imaginado que las victorias, aún en los negocios, vendrían con mucho ruido y color. Más aún, había pensado que estos momentos debían estar cargados de una sensación distinta. Una sensación, más bien, próxima a la satisfacción, a la coronación de un proceso. Por lo menos eso era lo que siempre supuso desde los años de la Austin Business Institute donde intuyó, por primera vez, que el éxito podía medirse tanto por el incremento de la cuenta bancaria, como por el rango de amigos en el Capitolio, que podías ostentar. El poder era un sucedáneo perfecto del dinero. Poder que, a menudo, ofrece la más deliciosa y elegante narcosis, a la altura de los mejores estimulantes.
Por fin, luego de transitar a través de esos interminables corredores y pasillos, saldría de esta ciudad. Ya estaba sintiendo la necesidad de partir cuanto antes. Pues, ahora todo estaba mas lleno de viajantes y foráneos, la mayoría de ellos, inmigrantes que abruman tanto a quienes, como él, no vienen a pasar unas vacaciones sino a llevarse algunos puntos en su carrera. Al fin y al cabo, él estaba preparado para ganar y ascender más que para disfrutar vacaciones ruidosas. Verse rodeado de toda esa gente, Asiáticos, latinos, algún que otro haitiano, lo inquietaba. El contraste de la imagen que tenía de alguien como Rigu Zeng, en contraste con otros asiáticos como muchos de los que discurrían alrededor suyo, sobre todo de quienes lucían aspecto de inmigrantes, alteraban su tranquilidad. Él siembre se había sentido intimidado por los foráneos. Sobre todo por quienes, según percibía, nunca podrían dejar de ser diferentes a él. Desde muy joven había acumulado la sensación de que los foráneos e inmigrantes lo desordenaban y ensuciaban todo. Tantos rostros notoriamente ajenos, con aspectos y hábitos distintos al suyo, lo intimidaban como cuando estaba al borde de cerrar un negocio en condiciones desfavorables. Glenn Pensó en que en algún momento le permitirían utilizar el avión privado que el próximo año iban a comprar en la compañía. "Por supuesto que sí. Será fantástico", pensó al tiempo que se imaginaba desplazándose por los accesos que conducen a los hangares privados para embarcarse con comodidad sin tener que trasladarse en viajes masivos y compartir trámites, tiempo y esperas con el bullicio de los vuelos comerciales.

En las oficinas de San Francisco, Mr. Davis, tras leer el mensaje desde Miami, llamó a Barker y le preguntó a quemarropa: "Qué piensas, Jimmy?". Jimmy acababa de revisar sus correos y había advertido en seguida, la intención del mensaje. "Hijo de puta", había murmurado al hacerse cargo de las gestiones de Glen en la florida. "Es un premio para Glenn. Es lo mejor del año señor Davis", respondió Jimmy, mientras se acomodaba nerviosamente la corbata, haciendo cálculos mentales sobre la pieza que le tocaría jugar ahora que solo era cuestión de horas.

En el aeropuerto al ingresar al avión, junto con los demás pasajeros, Glenn era recibido con un "Buenos Días" por la señorita del servicio de vuelo de la aerolínea en la que viajaba hacía más de cinco años. Algunas personas discurrían por el pasillo del avión tratando de encontrar sus respectivos lugares, unos, o tratando de encontrar algún conocido, otros. "Buenos días. Soy el capitán Tomas Bergman y estoy al mando de esta tripulación. Les damos la bienvenida a nombre de todo el personal ..." se emitía por los transmisores del avión mientras él ubicaba su número en los asientos de clase ejecutiva. Guardó su maletín en los compartimentos superiores y se sentó junto a la ventana del lado derecho, desde donde puede verse en un perfecto primer plano el aeropuerto de Miami cuando los aviones están por aterrizar. Se fijó en la hora, eran cerca de las ocho y media de la mañana, y se quedó solo con el pequeño porta documentos que siempre llevaba en estos itinerarios. Se dispuso a guardar el ticket de vuelo, cuando le dio curiosidad por mirar aquel documento que mostraba su historial de viajes en los últimos cuatro años en el que había atravesado un sin número de veces los cielos americanos de costa a costa y, algunas veces, el Pacífico con destino a Tokyo en dos ocasiones, a Shanghai en cuatro ocasiones y a Beijing en otras tres. Se detuvo en la foto donde aparecía su rostro, unos cinco años más joven, que ahora con veintisiete, había adquirido ese aire de experto en alguna sofisticada especialidad. "Glenn Fisher ..., veintisiete años ..., nacido en Philadelfia, ….". Leía en silencio tratando de descubrir en su propia imagen, la sucesión de éxitos que le deparaba la vida.

Glenn pidió el brandy y se dispuso a colocarse los audífonos para oír la película que iban a transmitir por los silenciosos monitores que descienden del techo del avión. Se había acostumbrado a quedarse dormido con los audífonos puestos cuando viajaba, para procurarse sueños exóticos con ayuda del audio de las películas del avión. Se sentía algo cansado aún, talvez por los malos sueños de las últimas noches. Cerró los ojos. Fue sumergiéndose gradualmente en un sueño que lo extrajo poco a poco de la realidad.
De pronto, tras unos instantes, ya se hallaba entre imágenes indiscernibles y Nuevamente, la enorme mano se presentaba persiguiéndole por aquella playa desconocida. Se sintió jadeando con desfallecimiento y mientras corría más angustiado que nunca, percibía cómo la arena dificultaba su carrera bajo sus pies. Entonces se vio a sí mismo en un primer plano, como en una imagen distante, corriendo en una suerte de cámara lenta. En la escena, trató de ver su propio rostro. Quería descubrir su semblante en estado de angustia. Pero solo alcanzaba a distinguir su silueta huyendo casi exánime.

"¿Qué sucede?, ¿no van a pasar el servicio?", escuchó Glenn, despertándose repentinamente. Creyó por un momento que le preguntaban a él. Tomó conciencia de la pesadilla que acababa de dejar por segunda vez en esa mañana. Se sintió aliviado al verse nuevamente sentado en el avión. El murmullo de la gente y los movimientos que hacía el viajero de al lado, tratando de ver por encima de los asientos del avión, no lo inquietaron. Se desperezó con discreción y observó algunas nubes en el blanco horizonte que se desplegaba por el lado de su ventana. Miró su reloj. Era un cuarto para las nueve de la mañana. Había dormido alrededor de diez minutos. "¿Qué pasa?, ¿donde están las aeromozas?, ¿porqué no vienen?" se preguntaba el resto de los pasajeros en un murmullo creciente.

"Señores pasajeros: ha surgido un problema en la ruta de vuelo, y tendremos que efectuar una operación de emergencia para corregir el percance ...", se transmitió por los altoparlantes del avión. Era la voz del capitán de la tripulación, con menos aplomo que en su saludo de bienvenida. Pequeñas expresiones de incertidumbre flotaron en el ambiente. Algunos parecían, mas bien, no percatarse del asunto y continuaron con despreocupación en sus trivialidades personales. La señora del asiento del pasillo, mencionó que unos jóvenes habían entrado de improviso en la cabina del avión. El tipo de la ventana agregó que solo había visto a uno de ellos. Otro pasajero preguntó: "¿tripulante del avión?". "Creo que no. Tenían aspecto de estudiantes o deportistas", respondió la señora, en un tono de serenidad impostada. A su vez, desde el sector izquierdo del avión, se oyó una invocación tranquilizadora diciendo: "Por favor, tómenlo con calma, la tripulación se está haciendo cargo de todo, ¿he?. Tranquilos, no hay problema ...".

En san Francisco, el mensaje de glenn ya había comenzado a producir sus primeros efectos. Mr. Davis, había solicitado inmediatamente las dos reuniones con sus socios canadienses. Dispuso un almuerzo en las terrazas del Cook Garden para ese mismo día. "El año se cerrará con inmejorables proyecciones", pensó para sí, mientras se bebía el primer Perrier de la mañana.

En el avión, lo que inquietaba a algunos era que aún con una emergencia, no tenía porqué suspenderse la atención interna de las aeromozas. Alguien dijo que ya no estaban rumbo a San Francisco. Probablemente estarían camino a Nueva Jersey o quizá a Nueva York. Glenn pensó que, de ser cierto aquello, no podría llegar, a la hora deseada, a Davis & Morgan. Consideró que tendría que dejar los instantes de su gloria personal para después y que talvez se vería obligado a enviar los documentos, apenas tocaran suelo, a fin de no dilatar más las operaciones establecidas para este tipo de gestiones en la compañía.

Inesperadamente, una voz femenina, notoriamente nerviosa habló por los parlantes del avión: "a todos los pasajeros, les informamos que se mantengan en sus asientos. La cabina del avión ha sido capturada. Nos indican que todos deben quedarse en sus asientos y obedecer cualquier disposición que serán impartidas desde este momento". Alguna de las aeromozas de la tripulación, estaba dando a conocer las primeras señales sobre la verdadera situación del avión.

En realidad, nadie se hubo percatado del momento en que los captores se apoderaron del avión. La señora del asiento junto al pasillo, comentó que se trataban de chicos con aspecto normal. "¿Que buscarán, que van a hacer?", se preguntaban por todas partes. Pero, a todos sin excepción, se les vino automáticamente las imágenes de aquel ya lejano once de septiembre, hacía más de doce años. Glenn, solo había atinado a tomar atención de las diferentes expresiones de la gente. Trató de captar la ironía que señalaba la coincidencia de las fechas. Miró unos instantes a su alrededor y por todas partes donde pudo distinguir un rostro, vio miradas perdidas. La perplejidad y el pánico empezaban a apoderarse del ambiente. El tipo del asiento de al lado, pareció sumergirse en un extravío inescrutable. Transcurrieron más de cinco minutos en medio de una tensión creciente. Empezaba a oírse los primeros llantos algo entrecortados, un murmullo general muy sostenido pero como congelado se adueñaba de todo el interior del avión. Muchos pasajeros empezaron a utilizar frenéticamente sus equipos Iphone. Algunos para buscar noticias, otros para filmar su entorno o filmarse a sí mismos casi como en una suerte de despedida mediática. se podía distinguir en toda esa atmósfera la inevitable sensación de algo cercano a la tragedia.
"Hola, ¿Cindy?. Luego de dimensionar la trascendencia del cierre del negocio en la Florida, Jimmy Barker había decidido jugar sus cartas, antes de la llegada de Glenn. "No entiendo", decía una voz femenina desde el otro lado del auricular. "Tú solo consígueme ese dossier. Luego te explico". La impaciencia empezaba a ganarle. Sentado en esa oficina y sin poder acceder a la información puntual, Jimmy sentía que cada minuto jugaba en su contra. Terminó de darle las últimas indicaciones a Cindy, y casi estuvo a punto de rogar que los relojes se detengan por lo menos un par de horas. "Solo denme dos horas", pensó el colega de Glenn, sin dejar de revisar y anudarse la corbata nerviosamente.

Glenn apretaba con fuerza su pequeño porta documentos. Quiso encontrarle algún sentido a esta absurda situación. De pronto tomó conciencia de su estado cuando momentos después, alguien dijo: "¡estamos llegando a Nueva York!". Adelante, en el horizonte que se perfilaba por el lado izquierdo del avión, podía distinguirse, las formas características de nueva York. Al percibir el creciente perfil de los edificios de Nueva York, en segundos, recordó aquellas imágenes de la CNN donde se mostraban los edificios siniestrados. Él como muchos de su generación, habían sido testigos, cuando adolescentes, de la tragedia de los edificios de Manhatan a comienzos de siglo. Al mismo tiempo, se le vinieron abruptamente las imágenes de la exposición del fotógrafo, Joel Meyerowitz, a la que había tenido ocasión de asistir en san Francisco, hacía un año atrás. La exposición se había titulado "Manhatan: Antes y Después". En aquellas fotos vio una ciudad que parecía hablar desde sus enormes construcciones. Recordó esos ángulos y planos que daban la impresión de movimiento. Veía en su mente la imagen de aquella fotografía en la que las Torres Gemelas aparecían reflejando el atardecer, encendidas por la luz de ese sol enrojecido que las mostraba como dos teas geométricas, iluminadas con perfecta simetría.

Su mirada, dirigida hacia fuera del avión, se extraviaba entre una serie de imágenes algo reconocibles y algo ajenas. Veía un mar que discurría velozmente por el lado de la ventana desde donde también distinguió la silueta de aquella ciudad que para él había significado la meta y cumbre máxima de su carrera. Algo distante aún pudo intuir la figura femenina cuyo brazo extendido al cielo parecía sostener sus sueños. Poco a poco vio crecer los edificios a su alrededor. Glenn intentó fijar su mirada en un solo punto. Miró su reloj. La fecha marcaba 11 de Septiembre del año 2013.
"¡Nos van a estrellar!, ¡nos vamos estrellar contra los edificios!", gritó una voz desaforada. El murmullo se había convertido en voces ruidosas y luego en un griterío que iba en ascenso. Glenn cerró los ojos intentando abstraerse de todo aquel ruido cada vez mas insoportable. Se descubrió deseando volver a su pesadilla reiterada en esa mañana. Trató de sugestionarse así mismo en la idea de que en cualquier momento despertaría por tercera vez de una pesadilla. El ruido era enloquecedor. Los gritos se confundían con el ruido de los motores del avión, que ahora eran más intensos. Ya no quiso abrir los ojos, el miedo lo envolvió por completo.

De un momento a otro, imperceptiblemente, algo se entremezcló sin forma ni sentido. La realidad se hizo líquida e indiscernible con la conciencia en un instante fugaz. Fluyeron violentamente Escenas de la granja del abuelo en Arkansas, las navidades con la familia, las imágenes de Manhatan en la CNN, la graduación en la Austin Business, las imágenes en las fotografías de Meyerowitz, un auto nuevo refulgiendo con el sol en plena carretera, Jimmy Barker tecleando frenéticamente mientras escucha indiferente el timbrado de su Iphone, llantos al rededor, plegarias desaforadas, una mano gigante a punto de alcanzarle, alaridos de todas partes, lágrimas en las mejillas, un ardor indecible, un estruendo cataclísmico. Un silencio absoluto y definitivo.

Cuando Agnes, la secretaria de Mr. Davis, alarmada por las noticias, sugirió que, al parecer, el avión siniestrado venía de Miami, todos en la oficina se miraron y se preguntaron si sería posible o no. Sí, acaso, Glenn habría tenido la desgracia de estar justamente allí. Mr. Davis, casi como en un acto reflejo, ingresó en su privado y volvió a abrir su buzón de correos. Localizó el E-Mail de Glenn. Leyó con cuidado el mensaje, volvió a leerlo, tratando de asegurarse de su significado, hasta que se decidió por fin. Miró su reloj, era aún temprano; sin embargo, no quiso esperar. Levantó el auricular del teléfono y dijo: "¿Agnes?, por favor, comuníqueme con Florida. Con el señor Zeng. Y añadió: "Ha, por favor, no cancele el almuerzo en el Cook Garden". A continuación, luego de sostener unos segundos el auricular, marcó el anexo de Jimmy, y dijo: "Jimmy, necesito alguna solución para el tema de los hoteles en Miami". "Sí señor Davis, ya me ocupé de eso. Pierda cuidado", respondió Jimmy. "Perfecto. Nos vemos en el Cook Garden", terminó expeditivo Mr. Davis.


Jimmy colgó el auricular, se quedó en silencio, trató de pensar en algo, pero, solo le salió una gesticulación infantil, volteó hacia la pared donde tenía un cuadro con su nombre y grado académico y se arregló la corbata por enésima vez en esa mañana.

FIN

Lima, Agosto de 2007

2 comentarios:

nafda dijo...

Tal vez te falte un 12 de setiembre, hasta aora en el Perú ni en la literatura ni en el cine peruano se ha reflejado la tragedia del terrorismo en el Perú.
No obstnte este cuento tiene la potente influencia de Ribeyrro en sus descripiciones detallistas y en cierto climaz, pero ta le vez un poco largo, deberia escribir tambien un poco siguiendo el lema de Dostoiewski. "desruyete para escribir bien", como en Crimen y Castigo, el analisis pisocologico de un asesino. Glens desopues de 12 años no logra trabar un negocio . Te me vas a a otra realidad. Pero es un cuento bien realizado auqnue tal vez un poco largo para un blog.

Lucio Suárez dijo...

Bueno, sobre lo primero que dices, que aún no se ha hechho ni escrito nada sobre el terrorismo, guarda que Roncagliolo y Thais, ja, se pueden ofender gravemente.
Talvez sí es cierto que resulta demasiado largo. pero, en mi defensa debo decir que este cuento no fue concebido para un blog. Simplemente que se me ocurrió ponerlo aquí, y nada más.
Gracias por los comentarios.