17 de setiembre de 2008

Sobre las libertades de Jaime Baily

El domingo último, el periodista y escritor Jaime Bayly, luego de hacer un recuento de sus vicisitudes periodísticas de la semana anterior, soltó un par de expresiones cuyas implicancias pueden ayudar a complicar o visibilizar mejor las posturas liberales en la actualidad.
El contexto de sus expresiones fue la denuncia ante la OEA realizada por el representante venezolano, de una presunta conspiración por parte de Jaime Baily para matar al mandatario venezolano Hugo Chávez. Denuncia descabellada, por cierto, pero, talvez, muy conveniente para Venezuela en la coyuntura actual. Bayly, luego de justificar y minimizar sus propias expresiones, señaló, sí, con vehemencia y despabilada convicción que al margen de lo dicho, él sí creía que Castro y Chávez, debían o tenían que morir. Y, para completar la caricatura, qué si por él fuera, Evo Morales podía intoxicarse con coca, por idiota.
Fuera de lo anecdótico de sus exhabruptos, resulta interesante constatar que muchos de los liberales, vale decir, defensores de la libertad total, en el fondo, y probablemente para cosas muy puntuales, guardan consigo muchos sentimientos bastante tiránicos. Parece que lo señalado por Bayly no es aislado entre los liberales. Su propia entrevista con el periodista español, entrevista en la cual soltaron estos desaguisados, guardaba la misma convicción. El contrasentido está en que por un lado, ellos reclaman el derecho de condenar a estos dictadores y usurpadores de las libertades en sus países como Castro, Chavez, Morales, y otros. Pero, Su reivindicación se inflama hasta adquirir el mismo sindrome del que padecen sus acusados. Vale decir, el derecho o la convicción para decidir cua´l debe ser el destino de sus congéneres.
Con toda seguridad Castro, como Chávez o Pinochet, guardaron consigo la misma convicción que reclama Bayly. Esa que empieza con la expresión que el periodista soltaba el domingo en su programa y que dice así: "Yo sí creo que tal, y tal, y tal, deben morir, porque etc. etc. etc.
Este es en el fondo, el origen de la corrupción de los ideales o convicciones políticas entre nosotros. Pues, se reprocha o condena en los demás, lo que en el fondo uno mismo estaría dispuesto a sostener con alegría y convicción ética o seudoética.
La pregunta que queda es si esta performance exhibida por este conspícuo representante del liberalismo continental es extensible o no al resto de los liberales militantes. Es una tarea pendiente averiguarlo.

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