9 de enero de 2012

La Paradoja del Principio antrópico

Leyendo a chardin, no podíamos dejar de comentar la inquietante
paradoja que se plantea entre el vertiginoso desarrollo de la técnica
humana y el ensanchamiento de los conocimientos del universo que
últimamente experimenta la ciencia.
A medida que se sofistican los ingenios tecnológicos e instrumentales,
parece afirmarse una suerte de orgullo antropológico, un orgullo de
especie. Sin embargo, a medida, también, que se amplía el alcance de
nuestros conocimientos acerca del cosmos, constatamos, con no poca
perplejidad, la insignificancia de nuestra especie.
Mientras más datos se acumulan sobre la índole y misterio del
universo, de su estructura y proceso, tanto más convicción de que la
especie homo es un accidente de la evolución, de que no es posible
hallar NECESIDAD en la presencia humana en la naturaleza.
Claro, espíritus como los de chardin, o en su caso, Gilson, querían
ver en la presencia humana, así, a secas, algún significado, algún
indicativo de virtualidad y causalidad. La ciencia, no obstante, nos
ubica, nos baja al llano, y nos muestra que tales actitudes solo
pueden ser entendidas como "optimismo de especie".
El ser humano, dada las evidencias, no comporta mayor significación
para el cosmos, que otras especies, incluidos virus y bacterias. Pero,
y allí está la estremecedora contribución del filósofo peruano Juan
Abugattás, ese significado es posible obtenerse por creación, por
construcción. No hay que hallarlo, hay que producirlo.
Ahora bien, ¿porqué hacerlo?, ësa es la otra parte interesante de su
tesis, que ciertamente, no es posible abarcarse en este post.

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