1 de enero de 2012

La Peruanísima Cultura del Conflicto

Y del Fenómeno Subyacente.
Hoy en su artículo del diario La República, Rocío Silva Santisteban,
poeta y actual secretaria ejecutiva de la Coordinadora Nacional de
Derechos Humanos, comenta los sinsabores y perplejidades que le está
significando haber asumido ese rol, el de la defensa o promoción de
los Derechos Humanos en el Perú, que según propia confesión, "bien
vale una chamuscada".
Talvez ese, el de la vocación por la bronca, por esa reactividad
instintiva, es uno de los rasgos que clame a gritos ser estudiado,
analizado, comprendido y procesado por las ciencias sociales. Allí,
según creo, reside en gran medida la propia explicación de lo que
sucedió en los años de la violencia política en el Perú. Creo que fue
Mirko Lauer quien se preguntaba:
"qué nos pasó, que unos peruanos se organizaron para destruir a otros peruanos".
Esa pregunta aún ha quedado en el aire, incontestada, no ha recibido
respuesta, me temo que ni siquiera Carlos Iván de Gregori,
probablemente uno de los que ma´s se acercó al tema de la subversión
en Ayacucho, pudo ofrecer sufficientes elementos para comprender tal
fenómeno.
Claramente hoy a casi nadie le interesa comprender ello, el qué fue lo
que estuvo detrás de esa capacidad de infligir tanto daño y
destrucción tanto por parte de los grupos alzados en armas como de las
fuerzas del orden. A la mayoría le interesa o la simple venganza
punitiva o la simplista consolación de pensar que eso que se llama "el
terrorismo", se acabó allá por los inicios de los noventa.
Uno observa ciertas expresiones del debate reciente surgido a raíz de
la admisión en la CIDH del caso de los tres subversivos del MRTA
ejecutados post-operación Chavín de Huantar, y entonces, podemos
constatar que esa capacidad para la confrontación y la violencia, eso
que RSS llama "barrio de broncas", no se ha extinguido ni mucho
menos. Más aún, en un ejercicio casi macabro, si uno pudiera ponerles
un arma, un fusil a cada uno de los contendientes en este sordo
debate, en el Facebook, en los diarios locales, en el Twitter, en los
blogs, etc., podríamos casi reproducir los horrendos hechos de
violencia vividos en la década del ochenta y noventas.
En este Blog hemos podido deslizar a modo de ensayo, algunos elementos
que señalan este fenómeno. Fenómeno que, efectivamente, tiene que ver
con la escasa o nula tolerancia, yo la definiría como intemperancia
ante el contrario, o quien ni siquiera siendo contrario, por alguna
razón, nos contraría. Y el problema es que parece no interesar, parece
no convocarnos interés este tema, este rasgo cultural que subyace al
panorama de violencia interna, y que reside en el temperamento
peruano, que aparentemente y a menudo, sin mayor justificación o
explicación plausible, un individuo o grupo puede tomarla contra otro,
con formas de violencia inimaginables. Existe, como para soltar
algunas insinuaciones al respecto, una proverbial baja autoestima que
es el combustible que todos llevamos prestos a recibir cualquier
chispa que se ofrezca. pero, a su vez, existe también una tendencia,
una pulsión a afirmar nuestra posición, o en su caso identidad, por
vía de la negación del otro.
No nos basta con la propia solidez, no nos es suficiente con afirmar
nuestra posición a partir de los fundamentos intrínsecos a esa
posición; no, no nos basta con eso. Necesitamos hacerlo pisando, y de
ser el caso, aplastando la del contrario, o cualquier otra posición.
Por esto es que resulta muy fácil convertir un esfuerzo de aclaración
o esclarecimiento en una reyerta virulenta, o un simple esfuerzo de
petición en una declaración de guerra.
Es debido a este fenómeno que resulta floja esa explicación que le
atribuye a Sendero Luminoso una génesis violenta en su ideología; y
deja intocado el factor antropológico, el substrato cultural que
movilizó gran parte de su accionar criminal y violento. Dicho en
simple, la mayoría, el grueso de los militantes de SL no tenían, no
tuvieron el tiempo de beber de fuente ideológica alguna. Lo que sçi
tenía cualquier peruano medio que se viera involucrado con el accionar
senderista, era una pulsión o una tendencia a la intemperancia y al
uso indiscriminado de la fuerza, más aún si le ponían un fusil al
hombro y le encargaban hacerse con un territorio.
Esto mismo, idéntico fenómeno operó cuando las FFAA arengaron a las
llamadas "Rondas Campesinas" y les pusieron un fusil al hombro y les
instruyeron recuperar o tomar territorios controlados por el bando
contrario.
Eso es, esa pulsión, esa vocación inherente a los peruanos, a nuestra
cultura, es la que hoy no repara en derramar bilis o, para el caso,
bytes en las redes sociales, al abordar temas de alta contraposición o
beligerancia.
Lo preocupante de todo esto es que a nadie parece preocupar o
interesar este fenómeno. Ni al IEP, a ninguna de esas ONG
especializadas en el proceso de la violencia interna, tampoco a los
círculos académicos, mucho menos a la prensa. Entre tanto, solo queda
avanzar de a pocos en medio del fuego cruzado que a cada tanto se
desata por estos lares.

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