28 de enero de 2011

La Naturaleza

Respetarla o Cultivarla.
La vanguardia.
El filósofo Slavoj Zizek, casi en la misma línea de Juan Gelman, expone en su reciente artículo El Mundo que viene, una serie de consideraciones acerca del estado en que se presenta la naturaleza en los últimos tiempos.
Se percibe ese tono de alarma, de admonición para o replantear nuestra conducta con la naturaleza, o proclamar la ineficacia de la ciencia para lograr eso que parece ser cada vez más escasa en ella, a saber: la estabilidad. Zizek nos dice con su ironía peculiar:
Entren al perverso placer del martirio prematuro: "¡Ofendimos a la Madre Naturaleza, así que recibimos lo que merecemos!". Estar dispuesto a asumir la culpa de las amenazas a nuestro medio ambiente es algo engañosamente tranquilizador. Si somos culpables, entonces todo depende de nosotros; podemos salvarnos simplemente cambiando nuestro estilo de vida. Desesperada y obsesivamente reciclamos papel viejo, compramos comida orgánica, lo que sea para asegurarnos de que hacemos algo, que contribuimos. Pero igual que el universo antropomórfico, mágicamente diseñado para la comodidad del hombre, el así llamado equilibrio de la naturaleza - que la humanidad destruye brutalmente con su arrogancia-es un mito. Las catástrofes son parte de la historia natural. El hecho de que las cenizas del modesto estallido volcánico en Islandia hicieran aterrizar a la mayoría de los aviones en Europa es un muy necesitado recordatorio del grado en que nosotros, los humanos, con nuestro tremendo poder sobre la naturaleza, no somos nada más que otra de las especies vivientes sobre la Tierra, y dependemos del delicado equilibrio de sus elementos.

Luego, Zizek se pregunta sobre qué es lo que nos depara el destino, y su respuesta parece comportar ese grado de desorientación que lastra toda pregunta sobre lo que nos espera en el futuro cercano. Nos propone, el filósofo Zizek, apostar por alguna forma de vida nómada, posibilitando el flujo de grupos humanos de un lugar a otro, muy probablemente en la línea de lo que el gobierno alemán acaba de esbozar con su política de apertura a la inmigración.
Pero más allá de tales consideraciones, cabe preguntarse si no es ya tiempo de ubicar a la naturaleza en su real dimensión, vale decir, la de un factor complementario a la vida humana, y por lo tanto suceptible de ser domada o, más bien, cultivada. A estas alturas del curso de nuestra historia, queda claro, o debería quedarlo, que tanto la visión aquella, primigénea, panteista, y antropomorfa de la naturaleza, es básicamente insuficiente cuando no poco operativa. Pero, al mismo tiempo, la otra visión, la istrumental y cosificadora de la cultura occidental, resulta ya inconveniente y si nos ponemos, hasta francamente suicida.
De modo que luego de decidir concientemente acerca de la metafísica de la naturaleza, se impone decidir una pragmática coherente con esa metafísica. Pero, el referente y medida desde donde cabría partir, es el único que tenemos. A saber: el ser humano.
La naturaleza, como tal, es un factor que concurre en el estado actual de crisis y amenaza que se cierne sobre la condición humana. Pero, el número humano es otro. Es acaso, un factor inevitable. Y, dada las circunstancias no cabe siquiera plantearse otra alternativa a reflexionar desde la condición humana. Por supuesto, cabe la pregunta de: ¿y, porqué tendríamos que considerar a la naturaleza como una eventual amenaza?. "¡Eso es antropocentrismo!". Cierto, es así. Justamente porque no hay escapatoria a esa cuestión, es que cabe encarar la cosa de ese modo.
Porque, si quisiéramos evitar el prurito del "antropocentrismo", la alternativa podría ser más apocalíptica que eso que queremos evitar. Vale decir, si optásemos por respetar a la naturaleza desde criterios tradicionales, tendríamos que operar sobre el factor humano. Y eso implica resolver la cuestión maltusiana de: "somos demasiados". Que en su forma operativa significaría no solo interrumpir bruscamente la reproducción humana, sino, la de reducir drásticamente las que ya existen. Y eso, adquiere inevitablemente proporciones hasta genocidas. Cabe recordar además, que esa opción no está descartada por ciertos sectores reaqccionarios, aunque al Dr. Luis Piscoya no le guste el término.
Por su parte, la lógica occidental, tal como ya lo decíamos, resulta tan o más inconducente que las visiones o cosmovisiones pre-modernas. La ciencia y la técnica occidentales, tal como las conocemos hoy, parecen haber ya dado lo que podían o tenían que dar. Pero, en ningún caso pueden seguir sirviendo para gestionar la realidad y el mundo que se nos avecina. por lo cual, se impone una revisión radical de los fundamentos que las rigen, y de los procedimientos que se derivan de ellos.
La naturaleza, tal como lo dice Zizek, no es ya esa madre bondadosa que nos amamantaba y nos proporcionaba todo lo necesario para la subsistencia humana. Ni tampoco es esa mujer a la que podíamos estuprar y ultrajar impunemente, tal como la civilización occidental parece haber decidido en algún momento de la historia. Talvez toque cortejarla, seducirla, acaso preñarla, en rigor, cultivarla; que pasa por el hecho de transformarla, recrearla y reproducirla, pero desde un horizonte humano.

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