11 de diciembre de 2006

PARA LUCÍA

Una mirada que imagino triste se posó en medio de mi soledad. No esperaba esta vorágine de sentimientos, pues ya casi me sentía acerado por el desamor.

Pero ella. Esta niña con penas de mujer, se metió sin querer en mi universo silente.
Algo me duele de ella, algo se diluye en mis manos, algo que al mismo tiempo no se desprende de mí.

Tengo una imagen de ella, una imagen que es solo mía. Tengo, también, la voz de ella que se quedó atrapada en un tranquilo almuerzo de medio día.

Hay días en que la ausencia de alguien se ensaña tanto con uno que no es posible siquiera disimular. Su ausencia se adueña de este instante que se hace eterno e implacable.
Lucía ya no está. Ella ya se fue y algo no volverá a ser lo mismo.
Ella me miró con esa mirada entre triste y serena. Ella percibió algo de mi universo. Supo que toda ella dormía, sin saberlo, entre mis sueños y mis días.

Solo sonrió con ternura, trató de ser amable y calló. Calló con un silencio dulce y delicado.
Acaso es suficiente decirle "Lucía, te quiero", ""me importas sin poder explicarme porqué".
Creo que no vasta. Siento que se necesita más que el cielo, la noche y las flores para decirle que me importa, que no he podido dejar de escuchar su voz y el sonido de su caminar. No, no es suficiente. Hay algún enigma vital que se esconde detrás de esa ternura que me es inhaprensible y que, sin embargo, necesito conocer y tener.

Ahora está lejos, tan lejos que siento un frío intenso. No sé si volverá. No sé si al oírla nuevamente, volverá con ella la primavera y ese leve calor que devuelve la vida de a pocos.
Lo que sé es que ahora, en este instante, la tengo aquí, en estas palabras que escribo, en esta pena que siento y en esta espera tan larga.

Una espera de alguien como ella. Alguien que pueda llegar con algo que por lo menos se parezca al amor. Pero que no tarde. Que no tarde más.

Mayo de 2006

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