15 de diciembre de 2006

UNOS DÍAS EN TRUJILLO

Recientemente tuve la oportunidad de estar unos días por la ciudad de Trujillo y confieso que me resultó gratamente interesante, tener la posibilidad de contrastar ciertos matices de la vida cotidiana en Lima con las de esta bella ciudad.

En realidad solo fueron dos días. Y, debido a las actividades que debía realizar, me fue imposible disfrutar de todos sus atractivos. Sin embargo, precisamente, dentro de esta rutina frenética pude vivenciar cosas que quisiera compartir en esta pequeña crónica.

La urgencia de estar en Trujillo aquel fin de semana, me obligó a viajar por avión y de noche. De modo que todo empezó cuando me encontré sentado en uno de los asientos del pasillo en uno de los vuelos de Lan Perú. De pronto escuché un tumulto de gente evidentemente extranjera.

Deduje por la voz, que la mayoría era gente adulta en plan de vacaciones o en algún tour de aventura, porque, para venir al Perú, hay que tener un cierto espíritu de aventura.

Ese sábado para mí había sido super ajetreado. No había tenido ocasión de almorzar. Por lo cual, a eso de las ocho y treinta de la noche, el hambre empezaba a producir sus primeros estragos en mí. Yo estaba tratando de ordenar el plan de actividades previsto para esos días y de pronto, percibo que alguien deseaba entrar a uno de los dos asientos hacia la ventana. Yo dudé un instante si ponerme de pié o preguntarle si es que deseaba algo. Solo atiné a encoger las piernas y cederle el paso diciéndole: “Go a head”, en mi inglés a media caña. Felizmente entendió y me dijo algo así como gracias muy amable en un inglés que identifiqué como el típico americano. Se trataba de una veintena de turistas norteamericanos reunidos en grupos , muy entusiastas que se dirigían a Trujillo; probablemente a conocer las ruinas de Chan Chan o las playas de Huanchaco.
Cuando llegamos, bajé en medio de este grupo de turistas, por supuesto, yo, con más hambre que entusiasmo.

José Zevallos, un colaborador de CIDESI, debía esperarme en el aeropuerto. Él es de Trujillo, conoce la ciudad y había viajado el día anterior. Pero una descoordinación con el uso de los códigos de llamada local y nacional me impidió avisarle a tiempo que ya estaba partiendo. De manera tal, que a mi llegada no estaba en el aeropuerto de Huanchaco. Yo tuve que aplicar el plan B. Es algo que suelo prever en algunas de mis actividades poco rutinarias. Así es que decidí llamar a mi amigo Heber García. Un buen amigo, ciego como yo.

Una señorita de Lan me guió desde el avión hasta la zona de los taxis. Quería asegurarse que me fuera muy bien atendido. Conversó con el taxista y esperó hasta que hubiera definido a donde iba a dirigirme. Llamé a Heber desde el celular del taxista y parece que, dado que era sábado y, además, por la noche, no lo iba a encontrar. La señorita me informaba de varias opciones de hospedaje en la ciudad mientras esperábamos las coordinaciones del taxista. “Yo no tendría inconvenientes de ir donde tu me lleves”, le dije mentalmente a la guapa counter de Lan, que según recuerdo se llamaba Patricia.

Por fin, decidí ir al hotel Colonial. Heber, seguramente, estaría disfrutando de una fiebre de sábado por la noche y yo no iba a estropearle la jornada. Así es que enrumbamos al hotel, en el centro de la ciudad. A medio camino entre el aeropuerto y el hotel, entra una llamada a mi celular. José me dice: “Lucio, ¿donde estás?, espéranos que estoy yendo para el aeropuerto”. Le dije que ya andaba en camino y quedamos en que me esperaba en el centro mismo de la ciudad. Según me percaté, esa noche algunos candidatos estaban desarrollando sus últimos mítines de campaña en la plaza de Trujillo, previos a los comicios municipales del domingo siguiente.

Nos reunimos con José y una amiga suya. Me instalé en el hotel y fuimos a comer y celebrar mi llegada a la, no estoy seguro si, segunda o tercera ciudad del Perú. Probé la “Pilsen Trujillo”. La encontré buena. Por lo menos mejor que algunas que las que se toman en Lima. Cuando volví al hotel, me avisaron que un amigo mío había venido a buscarme. Supe que Heber, había abandonado su “fiebre de sábado por la noche”, para venir a recibirme. Debo decir, que la verdad es que Heber inmediatamente supo que estaba en Trujillo se ofreció de anfitrión y trató de coordinar con el taxista para que me dirigiera a alguno de los hospedajes económicos y de calidad. Pero como yo soy algo impaciente, decidí ir al primer hotel que se ofreciera cercano a los puntos de mis actividades. Además, como la llamada que le hice había sido realizada desde el celular del taxista, él, Heber, no había sabido como ubicarme.

Al día siguiente, luego de desayunar recibí la llamada de Heber y me dijo que estaba en camino. Lo esperé para ir juntos con José al instituto Leonardo Da Vinci, donde, por gestión del Inictel y con apoyo del congresista Urtecho, se viene realizando un curso de computación para personas con discapacidad. Desarrollamos algunas entrevistas y coordinaciones con los responsables del curso. Ya luego de todas las actividades, al medio día, nos fuimos a almorzar. Heber sugirió algunos lugares interesantes. Como era domingo, fuimos a comer unos cebiches en un restaurant que no recuerdo el nombre.

Tuve ocasión de conocer a un par de trujillanos, amigos de Heber, muy amables y ocurrentes. Se trata de unos comerciantes de calzado que frecuentemente viajan al Ecuador. Tuve la oportunidad de ir enterándome de la dinámica económica que se está perfilando en el norte del país. Personalmente no estaba al tanto de que en varias ciudades del norte peruano, pero en especial Trujillo, además del boom agroesportador, se ha ido desarrollando una sólida industria del cuero y el calzado.

Pero además, ahí con los amigos de Heber, uno de los cuáles es compadre suyo, conocí de la gran amabilidad y bonomía de la gente de Trujillo. Yo había oído de esto. De hecho, en general se sabe que la gente de las provincias suelen ser más amables que los de las capitales. Pero creo que en este caso, la bondad es marcadamente notoria.
Heber me había pedido que después de almorzar lo acompañara al Hospital Regional a visitar a un primo suyo que recientemente había sufrido un terrible accidente de moto donde había perdido las dos piernas. Se trataba de un joven de 21 años, proveniente de las zonas andinas de La Libertad. Llegamos al hospital y encontramos a varios familiares de Heber, visitando al joven. Vilcar, que así se llama, estaba notoriamente afectado. Tuve oportunidad de conversar unos minutos con él. Tratamos de compartir algunas experiencias personales para transmitirle ánimos. No sé si lo logramos, pero era evidente, que Heber le cambia el ánimo a cualquiera. Por lo menos el resto de los familiares estaban tan contentos de que este primo ciego, acompañado de un amigo también ciego, se hubieran dado el tiempo de venir a saber como estaba el joven Vilcar.

Ya por la noche estuvimos en casa del compadre de Heber y ahí, tuvo lugar otra de las cosas interesantes que me pasaron. Estábamos brindando con algunas bebidas espirituosas con Heber. Su compadre acababa de partir al norte. Y en eso, entra una llamada a la casa y la señora, comadre de Heber, luego de contestar, le pide a Heber: “compadre, por favor, acaban de robar la motocicleta del taller y David está en la comisaría, ¿podría usted llevarle la tarjeta de propiedad?”. Según pude notar, Heber es conocido y reconocido por su extroversión y generosidad. Heber dijo; “Claro, comadre, faltaba más. En qué comisaría se encuentra”.

Nos dirigimos a la comisaría. Cuando llegamos a preguntar, al parecer, nadie sabía de qué motocicleta o robo se trataba. Estábamos en plena indagación cuando llegó una unidad con varios efectivos que llevaban a un detenido. Se nos acercó un joven en sandalias y short a saludar a Heber. Este me presentó. Nos comentó que habían intentado robar la motocicleta pero que él mismo lo impidió. Había logrado no solo evitar el robo, sino que había reducido al tipo y además, había podido pedir apoyo para que acuda la policía. Mientras permanecimos unos minutos, desde donde nos encontrábamos, pudimos escuchar cómo obligaban al maleante a confesar su identidad. Al parecer ya tenía antecedentes. Se oían algunos insultos y amenazas. Recordé que la policía puede ser muy dura en cualquier parte.

Cuando nos retirábamos, Heber me comentó que este joven, David, era el jefe del taller de su compadre. David era conocido por su temperamento. Solo tiene 23 años, pero que es una especie de fiera silenciosa. Solo lo habían conocido descontrolándose en algunas jornadas de fútbol, pero que para haber agarrado a un delincuente con antecedentes, y, además, estando solo en sandalias, tenía que ser, como dijo Heber: “un bravo”.

Después de esta breve experiencia nos fuimos a comer. Una de las cosas que me llamaron la atención fue el costo bastante económico de la vida en Trujillo. A cada lugar que fuimos lo hicimos en taxi. Cada carrera nos salía de dos a tres soles. En una ocasión tuve la oportunidad de subir a una combi y noté que conocían a Heber.

Algo que también me llamó la atención, es que a diferencia de Lima, en Trujillo los cobradores de las unidades de transporte no llaman a grito pelado. No se percibe ese ambiente ruidoso de las esquinas y paraderos de Lima, donde uno puede permanecer varios minutos en una misma esquina, mientras el cobrador trata de llenar la combi. En este aspecto, Trujillo me hizo recordar a otras ciudades donde he estado, en las cuales el tráfico aún no ha caído en la barbarie limeña. De hecho, me sorprendió gratamente saber que en esta ciudad, los taxis han sido organizados por colores distintivos de manera que resulta más fácil su ubicación y control en caso de robos.

Al día siguiente, lunes 13, tenía previsto visitar el Colegio Especial “Tulio Herrera León”. El principal centro de educación y rehabilitación para personas con discapacidad visual en la ciudad de Trujillo. Debido a que José debía volver a Lima el domingo para cumplir con sus actividades normales de trabajo. Me ví forzado a contar con alguien para que nos facilite el traslado a los puntos de visita de ese lunes. Felizmente, Heber contactó a un amigo y colaborador suyo para servirnos como guía en la ciudad. Denis, un muchacho super buena honda, nos ayudó con la mayor voluntad en esa jornada de lunes.
En realidad yo pretendía hacer una visita muy rápida y discreta al laboratorio de cómputo del colegio Tulio Herrera. Pero la hospitalidad de la profesora Alicia Milagros y de la madre directora del colegio, nos permitió hacer un recorrido por todos los salones del centro.

Justo cuando llegamos, la directora y la profesora Milagros, salían a una diligencia. De modo que la señorita Rosmery fue encargada de guiar nuestro recorrido. Era la segunda vez que hacía una visita a un centro de educación especial. La primera fue en Lima por intermedio de la Unidad de Educación Especial del Ministerio de Educación. Pero esta era la primera vez que hacía una visita guiada a un centro para personas ciegas. Primero hubo una formación de alumnos en el patio, donde participamos de la presentación de los candidatos a la alcaldía del colegio. Un par de mítines algo multitudinarios y, uno de ellos, medio reguetonero pero muy simpático.

Después fuimos ingresando a cada salón. Saludamos a los alumnos que los habían desde pequeñitos de tres o cuatro años hasta jóvenes que ya están desarrollando estudios superiores.

Luego de esta visita breve, tenía previsto conversar con un contacto en el diario La Industria de Trujillo. Aquí también, en la sede del diario La Industria, percibí esa amabilidad y trato cálido de la gente trujillana. Pepe Hidalgo, jefe de la sección cultural de La Industria, nos proporcionó la información y datos que le solicité. Acordamos gestionar algunas iniciativas y movidas culturales apenas retomemos el contacto. Luego de ello, pude percibir otra diferencia extraordinariamente interesante respecto de Lima. En Trujillo, al igual que en algunas ciudades de países algo más concientizadas en el cuidado del medio ambiente, se ha dispuesto que de acuerdo con un cronograma establecido, hayan domingos en los cuales se cierran ciertas vías y calles al tráfico automotor y solo se permite el flujo de peatones. Esto permite no solo reducir la emisión de gases tóxicos, sino que además permite descongestionar la ciudad y darle un clima más agradable.

Después de la jornada de la mañana, nos fuimos a almorzar a una cebichería casi en las afueras de la ciudad. Nuevamente tuve ocasión de disfrutar el temperamento trujillano entre unos exquisitos cebiches y un par de negras interesantes. Un par de cervezas negras, por supuesto.

Por la tarde, debía asistir a la clausura del curso de computación desarrollado en el laboratorio de cómputo del colegio Tulio Herrera. Asistimos con Heber y Denis. Pude conocer a todos los participantes del curso a quienes, hasta ese momento, solo conocía por nombres. La jornada estuvo muy agradable, nos invitaron bocaditos, comentaron los incidentes durante el curso, creo que fue Carlitos quién me obsequió un CD con música hecha por él, luego Heber rompió una bandeja de cristal y la cosa se puso divertida.

Al final de la jornada a alguien se le ocurrió la buena idea de ir a comer algo para compartir unos momentos amigables. Fuimos a un Rocky’s en plena Avenida Larco de esta ciudad. No sabía que en Trujillo también se encuentran esta cadena de pollerías. De hecho, el lugar me pareció hasta más acogedor que los de Lima. Al entrar hay dos fuentes de agua a cada lado de la vereda de ingreso. Tuve el gusto de compartir con Charito Boy, presidenta de la Asociación de Ciegos Luis Braille, con Milagros y Rosmery, instructoras de cómputo en el colegio, con Abel y otros chicos. Velada muy simpática donde en un momento inesperado, Heber, tras darle un vehemente mordisco a la pierna de su pollo, se olvidó de mi nombre y me llamó Dionisio, provocando la risa general. Supongo que en alusión al Dios griego, yo espero que sí.

Esa misma noche partía de regreso a Lima por vía terrestre, luego de conocer una pequeña parte de esta ciudad llamada: “Ciudad de la Eterna Primavera”. La verdad es que yo he quedado con el compromiso y las ganas de volver apenas se den las condiciones, que espero sea pronto. Entretanto, por ahora, estoy procurando aprehender el potencial que ofrecen las diferencias de temperamento y de hábitos culturales entre unas ciudades y otras, entre unas realidades y otras para descubrir como la diferencia puede traducirse en el factor oxigenante de nuestras rutinas personales.
Hasta la próxima oportunidad, Trujillo.