11 de diciembre de 2006

PROYECTO CIVILIZATORIO

Frente a la creciente demanda de formular o inventar propuestas para darle un curso más promisorio a las actuales energías humanas que buscan encaminarse en algún sentido viable, se abre la posibilidad de explorar caminos distintos a los ensayados en tiempos pasados. Hasta el siglo XX, por no decir hasta la actualidad, se ha percibido a la esfera social como la imagen más representativa de la realidad, por lo menos la realidad que le concierne a la humanidad.

En virtud de esto, puede observarse como es que las propuestas o esfuerzos por "cambiar" el mundo, pasaban por pensar en transformar la SOCIEDAD, pero, siempre , desde la dimensión de la POLÍTICA. Así, desde la gran epopeya de la revolución francesa donde una fuerza alimentada por la ilustración, pero cristalizada en un proceso social, irrumpió en la realidad, en el estado de cosas, y le infligió un cambio profundo e inexorable, hasta los movimientos de corte marxistas, anarquistas y otros proyectos sociales como el liberalismo, o la socialdemocracia, en el siglo XX, apuntaron invariablemente hacia el ámbito socio-político cuando no, exclusivamente de lo POLÍTICO. Aunque bien es cierto, que en algunos momentos también se privilegió el ámbito de la economía y, más recientemente, el de la técnica.

De tal modo que la esfera por excelencia, el blanco preferido ha sido la esfera social, sociohistórica, y, esencialmente , la dimensión política. Todas las energías disidentes, las iniciativas utopistas, y, más aún, las voluntades revolucionarias han buscado incidir en el sistema político. Cabe reconocer, pues, que frente a la necesidad de transformar el mundo, la realidad o la vida social, se ha privilegiado la política como el espacio decisivo para intentarlo. Las respuestas mas comprometidas con la necesidad de transformar la realidad y el mundo, no pudieron librarse de esta lógica de privilegiamiento de lo político y se limitaron a este terreno dejando intacta la dimensión civilizatoria que las anida.

Ahora bien, en las circunstancias actuales y, a tenor de los procesos vividos, cabe preguntarse si este ámbito de lo político, puede seguir siendo el escenario en el cual se deban concentrar las energías y pulsiones disidentes o liberadoras. Vale decir, que si después de todo lo observado en el siglo XX, puede o debe seguir tomándose a la política como la praxis humana preferida para promover los cambios que se requieren para darle un curso menos destructivo y más racional a la especie humana.

Claro está, previo a esto, será indispensable fundamentar si aún tiene sentido buscar que cambiar el mundo, la realidad, pues hasta esta cuestión parece haberse desgastado. Sin embargo aquí queremos concentrarnos en reflexionar acerca de la esfera o terreno en el cual cabría instalar las energías mas renovadoras y emancipadoras del presente, si esa fuera la alternativa válida.

Sociedad o Civilización

Sin la intención de sistematizar categorías que encasillen los ámbitos en los que discurre nuestra percepción de la realidad, intentaremos proponer un ejercicio de distinción entre dos niveles en los que se desenvuelve nuestra existencia colectiva.
Nos interesa aquí, atender a dos ámbitos de la realidad humana, no siempre, fácilmente distinguibles. En principio, la esfera social.
Por lo general, tiende a verse en lo social, el espacio por excelencia de la realidad humana que, presuntamente, envuelve casi todas las dimensiones del hombre. Se busca encontrar terrenos mas específicos que, se supone, conforman la realidad social, con demarcaciones como la esfera de la política, la economía, la historia, la dimensión sicológica, el derecho, etc. Evidentemente, tal categorización se origina en los intentos de las ciencias por clasificar sus propios ámbitos de investigación y proyección de la realidad. Por lo cual, esta diferenciación respondería a una necesidad que no proviene de la vida misma, de la existencia concreta del ser humano sino de necesidades instrumentales como la organización del quehacer académico y científico.

Sin embargo, en razón de estos intentos de diferenciación o clasificación de la existencia colectiva del hombre, se ha descuidado una esfera o, más bien, una supraesfera que al parecer envuelve y, a la vez, es escenario de lo social. Nos referimos a la esfera de la CIVILIZACIÓN.

Evidentemente puede resultar difícil elaborar una definición de lo civilizatorio. No obstante ello, podría tomarse la perspectiva de la filosofía actual al identificar la civilización como el horizonte multisistémico basada en determinadas nociones del mundo y de la vida que sobrepasa lo religioso y cultural y que son compartidas por verdaderos conglomerados de pueblos y latitudes eventualmente disímiles, pero de algún modo vinculados entre sí. La civilización comporta algo así como una cosmovisión que se nutre de perspectivas religiosas, culturales, modelos de vida y ciertos sistemas de valores que sostienen, desde su base, las estructuras económicas, políticas y sociales y cuyo alcance sobrepasa generaciones y épocas enteras. En el caso de la civilización occidental, por ejemplo, rasgos como la fe en la razón, en la tecnociencia, en la idea de progreso o en la idea del individuo con derechos y obligaciones, han determinado el carácter que adoptó esta civilización a lo largo de los últimos siglos.

A su vez, es indispensable reconocer que en cualquier caso, tanto las civilizaciones como las culturas son forjadas a partir de los elementos proporcionados por la existencia concreta de sus portadores o usuarios. Puede existir una diferencia real y notoria entre un puritano anglosajón y un comerciante de extracción andina, por ejemplo, pero ambos pueden ser usuarios hábiles del dinero, como elemento de intercambio. O, en otro sentido, pueden percibirse diferencias inequívocas entre un sicario del narcotráfico y un fiel islámico, pero en determinadas circunstancias, ambos pueden ser diestros con un fusil automático. Vale decir, aunque un hombre andino aún crea en sus referentes culturales, para cuestiones concretas, el dinero le es tan significativo como lo sería para un especulador de Wall Street. Así como, un árabe puede mantener su fé en la palabra de Mahoma, pero en situaciones límite, se comportará con un arma de fuego tan eficientemente como el peor mercenario. Lo cierto es que en ambos casos, están presentes dos elementos típicamente occidentales como el dinero y el arma de fuego que, al margen de las culturas, sociedades o religiones, funcionan y forman parte de la vida de los participantes de la civilización occidental.

Una Nueva Dimensión Demanda Una Nueva Praxis

En función de estas reflexiones, consideramos que la posibilidad de pensar en alguna acción colectiva que busque incidir en el rumbo en el cual se encuentra el mundo contemporáneo, deberá definirse tomando en cuenta la multiplicidad y simultaneidad de variables que operan en la realidad presente. Deberá, así mismo, apuntar en sus reflexiones y en su praxis, a las bases civilizatorias que la sustentan.

Dada la complejidad de este tema, lo que cabría hacer es propiciar un proceso de reflexiones acerca de la posibilidad de alimentar una propuesta liberadora en los tiempos actuales y suscitar la participación de todas las energías disidentes, utopistas o emancipadoras.

En principio, en concordancia con la envergadura de los desafíos actuales, parece ser inevitable abordar la realidad y las demandas del presente en un nivel CIVILIZATORIO. Sin embargo, una incidencia en dicho nivel no se puede desarrollar de modo directo, sino mediante un proceso continuo de transformaciones. Por lo cual, las condiciones para ejercer acción, digamos, acción liberadora o emancipadora, tendrían que producirse en ámbitos o esferas mas específicas pero con un carácter de múltiple acción, utilizando lo que podríamos llamar una: LÓGICA DE REDES.

Así, por ejemplo, en el plano social cabe abordar el tema de las relaciones entre individuos y entre grupos para descubrir los elementos o códigos que condicionan la conducta tanto individual como intersubjetiva. Consideramos que un ejercicio de fenomenología cultural podría contribuir con este propósito, tal como lo percibiera el doctor Abugattás. En el plano de la economía, talvez sea preciso sincerar la relación entre producción y consumo para rediseñar un esquema de dinámica económica mas orgánica. Vale decir, si se establece una relación coherente entre la producción y el consumo se lograría un funcionamiento mas sistémico, en el sentido en que funcionan los organismos vivos, donde el flujo de recursos y energía están reguladas por su propia necesidad interna y no por designios arbitrarios del entorno. Por lo tanto, si hay equilibrio hay salud, si no lo hay entonces sobreviene alguna enfermedad. De manera tal que no sería ninguna mano invisible del mercado la que determine el equilibrio de la economía, sino una necesidad inherente a los protagonistas del proceso económico, o sea las personas, que tanto pueden desenvolverse como productores al tiempo que pueden ser consumidores, por no mencionar los roles intermedios y complementarios. Pero además, cabe replantear y reasignar un nuevo carácter al valor. Consideramos que El dinero no puede seguir siendo el portador de valor económico. Las necesidades de intercambio, no pueden seguir resolviéndose por medio de las funciones del dinero que, según todas las indicaciones actuales, ya habría cumplido su ciclo como factor de cambio. El valor tiene que volver a depositarse en el único factor que genera y confiere valor a las cosas: la persona. pero no en el sentido burdo de "capital humano", sino como una función de ASIGNADOR DE VALOR, que le es, o debiera ser, inherente a cada ser humano.
En el plano de la ética o la moral, talvez se requiera construir un nuevo sistema de valores que potencien las relaciones interpersonales. Así como el forjamiento de modelos de vida basados en la celebración de la vida, como un rasgo característico, en lugar de la histeria por el crecimiento y el consumo, actualmente vigentes. En este sentido existen rasgos culturales como el espíritu lúdico del latino que ha diferencia de la ética puritana , puede resultar un insumo valioso para la configuración de nuevos sistemas de valores.

Ahora bien, lo central de todo esto es que toda acción que incida en estas esferas específicas, probablemente pasen de manera inevitable por la necesidad de formular un proyecto civilizatorio, una apuesta global que se oriente a la configuración de una civilización distinta a la que predomina actualmente, una civilización a la medida de sus usuarios y portadores.

La acción específica y concreta puede ser una praxis como la lógica de redes, vale decir, utilizando simultáneamente diversas fuentes de energía creadora y operando simultáneamente en cada dimensión de la vida y la condición humana como parte de una cultura liberadora, pero la acción supradimensional , la praxis global implica inevitablemente el forjamiento de una cosmovisión a la medida de las generaciones por venir.

Estas son tareas que requerirán forjarse mas allá de iniciativas aisladas, requiere un esfuerzo colectivo, casi generacional, por definir los perfiles de esta nueva cosmovisión de la existencia humana.

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