8 de febrero de 2011

El Síndrome de la Escalera

La proverbial necesidad de pisar o vilipendiar para ascender.
Puente Aéreo.
En el intrincado discurrir de la vida intelectual peruana, existe un tipo de rasgo, de temperamento que en el fondo es una más de las tantas manifestaciones del complejo de sentirse y ser peruano. Un rasgo que se expresa en la necesidad de disminuir lo que nos es ajeno, aún cuando se encuentre en nuestro entorno, directamente vinculado a nosotros. Es el síndrome de la escalera.
Consiste básicamente en pisar lo que es inferior o lo que se considera que es inferior a nosotros; pero, con una finalidad puntual, a saber: erigirse a costa del escalón de abajo. Pisar y por lo tanto, hundir, para elevarse. Hé ahí la lógica de nuestras mayores pasiones. Y esto, no escapa a prácticamente ningún estrato social o cultural de nuestra sociedad. El caporal latigueará al peón, pero este, apenas tenga la opción, pisoteará al indio, al de las punas. El dueño de la fábrica, blanco por lo general o por tradición, humillará al empleado, el criollo, y este, apenas pueda, pisoteará al nuevo, o al provinciano recién llegado. Este, el provinciano a su vez, cuando vuelve a sus pagos, tratará de mirar por encima a quienes aún no han salido de su terruño. Y así, en una espiral interminable de humillaciones y ninguneos contínuos e indefinidos.
Todos, en algún momento, han, hemos, sufrido el síndrome de la escalera, y, sin ninguna duda, lo han usado aplicadamente. Esto tampoco escapa, no tiene porqué, al mundo intelectual y cultural peruanas. Deben ser muy escasos los personajes e intelectuales que se han visto absueltos de este curioso y exótico lastre típica y tópicamente peruanos. Incluso hasta el propio Rivagüero, a pesar de su condición aristocrática, sufrió alguna vez los embates de este rasgo nuestro, en la universidad de San Marcos. El ejecutante de este síndrome, de esta lógica, puede ser un redomado papanatas o un taimado pendenciero. O puede, también, ser un competente o estilizado escribidor que suele poner su talento letrado, para ejercer y ostentar el mismo lastre que el caporal, que el criollo, (entiéndase costeño), o el mestizo andino que humilla al indígena de las punas.
Un caso paradigmático de este rasgo peruanísimo, de este complejo de ser peruano, es, por ejemplo, el del periodista Fernando Ampuero. Cito alguna de las cosas que recientemente ha soltado en el Blog Puente Aéreo:
Esta gente, los argolleros de Hora Zero, son seres oscuros, feos y sucios, ...

El periodista Fernando Ampuero, también es escritor. Un escritor que está allí, pero que es más conocido por su actividad de periodista. Para los detallosos: "es esta una muestra mía de ese síndrome de la escalera?. Probablemente sí. Aunque, es obvio que ni me interesa, ni podría ascender al mundillo NICE de Ampuero. Lo cierto es que frente a ciertas críticas que además vienen de diversos frentes, acerca de las barreras y candados en el establishment cultural peruano, lo único que Ampuero ha sabido, o podido hacer, es hechar mano de esta "lógica de la escalera". Claro, en este caso, no con quienes son inferiores a él, sino, con quienes él, Ampuero, cree o sueña que son inferiores a él. Ampuero, en sus consabidos alegatos, suele reivindicar una curiosa "dignidad de lo nice". En el sentido de lo bello, de lo perfumado, de lo fashion. Recordar esa alusión a los libros que Bryce vendía en Wong.
Pârte de esto, se percibió, pues para percibir esto, los peruanos parecemos tener una antena super entrenada, en el libro "el Pez en el Agua" de Vargas Llosa. Por ello la cierta antipatía que se granjeó el escritor, luego de aquella publicación.
Otro ejemplo, puede ser claramente la decisión de García, de congraciarse con la universidad de Yale, a costa de maltratar la valía del centenario del nacimiento de Arguedas. Nuevamente, "pisar lo que se considera como inferior o menor, para ascender otro escalón. Una práctica menos evidente pero no por ello menos notoria, es la de consagrarse o premiarse en cofradía, entre los intelectuales y artistas, pero, y es el indicador que lo define, omitiendo o ignorando a quienes se asume como inferiores, o ajenos a la cofradía.
El síndrome de la escalera obliga a sus usuarios, a adiestrarse en el manejo de la franela o del plumero, a la vez que ejercitarse en la zancadilla o directo pisotón contra los del escalón inferior, o, en su caso, contra aquellos a quienes quiere mandarse a ese escalón inferior de la escala social, cultural, económica o política.
Un caso que se va ahciendo consuetudinario es la del crítico Faverón, del blog Puente Aéreo. Poner en juego toda su habilidad retórica y pirotécnia verbal para aparentemente convencer y convencerse a sí mismo de alguna idea ingeniosa, todo para al final, terminar revelándose como consumado usuario de ese síndrome de la escalera.
Desplegar enrevesadas sentencias y fórmulas explicatorias sobre tópicos en muchos casos relevantes, se diluyen en la ineludible vocación de ningunear, vilipendiar, disminuir, y en no pocos casos, injuriar a sus víctimas de escalón.
No se trata de disminuir o ningunear a estos exponentes del ninguneo consuetudinario entre nosotros. No cabe mezquinarles calidades en lo suyo a cada cuál. Ampuero, no es un mal escritor. Tampoco es trascendental o, como gusta decir Faverón, "crucial". Faverón, suele ser muy interesante para opinar y discurrir, aunque barrocamente, acerca de temas de su especialidad, la narrativa. García es un político eficaz y exitoso. No, no se trata de ningunearlos, solo de destacar y sacar a luz, un rasgo típicamente nuestro, del que probablemente no estemos excentos del todo. Es un lastre que cargan tanto quienes son de derecha, o quienes se saben de izquierda. Por eso, no es baladí, no es un tópico menor en la tarea de cartografiar el panorama intelectual y cultural que nos alberga.

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