11 de abril de 2011

De porqué aún puede tener lugar la furia

Los políticos y sus víctimas.
Arturo Pérez-Reverte.
Uno lee a espíritus como los de Pérez-Reverte y se pregunta porqué todavía existe lugar para la bronca acumulada, ¿porqué en plena era de la inmediatez, el tiempo real y la ubicuidad informática puede tener lugar un reproche tan jodidamente certero contra la llamada clase política?.
La condición de la política, más bien, la condición del político, que en promedio, básicamente trabajan para sí mismos, para su tribu más cercana y por lo general le importa un carajo partido por la mitad el resto de su sociedad, de su entorno, hace que como decía Vallejo, se empoce tanta ira y tanta bronca contra esta ralea de sicofantes. Arturo Pérez-Reverte le enrostra en la cara a ese género de bichos que se anuncian como líderes del país, como la clase dirigente de nuestros países, políticos, empresarios, y demás lacra usuaria de alguna cuota de poder, que fuera de su vocación de parásitos no saben usar ese poder para otra cosa. Hoy en España mucha gente incluso de mediana edad está saliendo fuera para probablemente no volver, por causa de la crisis, que es consecuencia de esa mierdosa clase dirigente. Hoy en Perú, acaba de elegirse a una nueva camada de congresistas, una nueva costra de esos políticos quienes hasta hace unas pocas horas se comprometían a representarte y trabajar por tí, que no tienes nada, con toda seguridad, hoy que ya se saben adentro, que vieron sus nombres entre los electos, borraron de su cerebro esos compromisos, y ya están haciendo cuentas de la suntuosa vida que les tocará llevar en estos cinco años por delante.
Entonces, tendremos nuestros propios expatriados, nuestros propios lavaplatos y encerapisos, como ya los tenemos por millares y cientos de millares desperdigados por todo el mundo. ¿Gracias a qué? o ¿a quién?. Bueno, a estos que hoy mismo, en esta mañana fría de lunes, 11 de abril de 2011, se disponen a cagarla como consuetudinariamente se ha hecho en este país, a jodernos la vida, subiéndose sus propios sueldos, pero dejando los del resto, congelados por lustros, cargándonos de impuestos antitécnicos, pero, cargando sus gastos al gasto estatal.
Uno se pregunta como puede Cecilia blume, por ejemplo, ser seguidora, y presumimos, lectora de Arturo Pérez-Reverte, y sin embargo, no joderse el día con sus palabras, que como se lee líneas más abajo, la alude entre esos que suelen cargarnos y cagarnos la vida con cada política o medida económica.
Dice Pérez-Reverte en su más reciente artículo:
Por ahí afuera andan, a miles. Su generación ni siquiera es la de los aeropuertos, el ordenador portátil y el hotel barato, a la caza de mercados aunque sean modestos. La suya es la del billete de ida, de las hipotecas imposibles de pagar. La generación engañada por el espejismo y la irresponsabilidad de quienes pudieron hacer un país culto, trabajador y decente, y no lo hicieron. De quienes, respaldados en las urnas por ilusiones y sueños de futuro, tenían la obligación de encauzar esto y no supieron, o les importó una mierda; y ahora siguen ahí, impasibles, cobrando el sueldo del partido, trincando los favores hechos a compadres. Sin que nadie les diga fue por tu culpa, cabrón. Sin que nadie, al cruzárselos cuando salen del restaurante de lujo o de dar conferencias, con esa cara de cerdos que les han puesto los años, la pasta, el estatus y el coche con chófer que nunca perdieron, les parta la cara.
Sus víctimas se fueron, eso es todo. Sin hacer ruido, como digo. Fueron cuarenta en clase del instituto y doscientos en el aula de la facultad, y todo para conseguir un título universitario que a nadie importa un carajo. Que nadie les dijo que no sacaran. Los sentenciaron a la cola del paro y les preguntaron mil veces, cuando eran mujeres, si estaban embarazadas o tenían hijos, en grotescos simulacros de entrevistas de trabajo. Por su edad les habría correspondido agachar la cabeza, aceptar mil euros al mes, cerrar la boca, poner el culo -o el coño- y desangrarse con la hipoteca del piso y las letras del coche, como todo cristo. Tragar y sobrevivir once meses soñando con el duodécimo de vacaciones baratas en Cancún. Se trataba de eso, o de tener el coraje, la desesperación, de organizarse con sus iguales para incendiar esta España de mierda. Para conseguir, al menos, que los culpables tuviesen miedo o lo pagasen caro. Pero eso resulta más fácil escribirlo que hacerlo; así que optaron por lo razonable: largarse de aquí. Alejarse, sacudiendo de los zapatos el polvo de este paraje ingrato, envidioso y miserable, históricamente enfermo. De esta ruin madrastra y sus turbios, desvergonzados, impunes secuaces. Por eso están fuera, y no volverán si pueden evitarlo. Hicieron lo más difícil, que fue saltar al vacío, echarse el macuto al hombro, internarse en territorio hostil, desconocido. Se buscaron la vida lo mejor que supieron, y así sobreviven, comen caliente, rehacen como pueden sus maltrechas vidas. Ni siquiera pretenden ya reconciliarse con esta triste España que los echó a patadas. Si van a morirse lejos, tan solos como viven, por ellos puede pudrirse esta mala perra.

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