25 de noviembre de 2010

Libro: EL QUINTO DÍA

Frank Schätzing.
Frank Schätzing. Image.
Cuando uno lee "best sellers", uno imagina por lo general, libros con argumentos lineales, de trama previsiblemente emocionante, y salpicada de elementos convenientemente trágicos, todo puesto para, fundamentalmente atrapar al lector. 'El Quinto Día', no es el caso. Acabo de terminar de leerlo, luego de casi un año, por cuestiones más logísticas que por interés en su "diegesis", como diría Denegri.
una historia con una cantidad descomunal de información, sobre todo científica, pero por encima de ello, de una complejidad que hace honor a sus pretenciones filosóficas. Y digo filosóficas, porque la novela propone la idea, no sin una dosis de lúdico retorcimiento, de que una vida inteligente no solo sería posible en este planeta, sino, que además, sería lo mejor.
Evidentemente esta historia se inscribe en la línea de esas mega explicaciones acerca de una Tierra, un planeta concebida como un ser vivo, a la manera de "Gaya". En fin, el hecho es que desde el punto de vista de su construcción, es obvio que ha significado una gran tarea de recopilación de información muy actual, y de mucha imaginación para el dibujo de tantas imágenes tan alucinadas, pero verosímiles y hasta plausibles.
Me quedo con los monólogos de la parte final de la historia, donde se resuelve el terrible nudo de la trama. De ehcho, consigno parte del texto final:
Pero también hay esperanza, los primeros indicios de un cambio de ideas acerca de nuestro papel en el planeta. Hay en estos días muchos que intentan entender la diversidad biológica, comprender los auténticos principios unificadores y lo que en última instancia nos une más allá de toda jerarquía. Pues lo que une es lo que asegura nuestra supervivencia. ¿Se ha preguntado alguna vez el ser humano qué efecto tiene sobre la vida de sus descendientes dejarles un planeta empobrecido? ¿Puede determinarse cuál es la verdadera importancia de una especie animal para el espíritu humano? Tenemos un anhelo de bosques, arrecifes de coral, mares llenos de peces, aire puro y aguas limpias. Pero seguimos dañando la Tierra. Y al destruir la diversidad de las formas de vida estamos destruyendo una complejidad que no entendemos, y que aún menos podemos volver a crear. Lo que rompemos queda desmembrado. ¿Puede alguien decidir a qué parte del gran entramado de la naturaleza podemos renunciar? La trama sólo revela su secreto si se mantiene intacta. En una ocasión nos excedimos y la red decidió desembarazarse de nosotros. Por ahora hay un armisticio. Pero más allá de las conclusiones a que puedan llegar los yrr, haríamos bien en facilitarles la decisión todo lo posible. Pues el truco de Karen no funcionará una segunda vez.
Hoy, a un año del hundimiento, abro un periódico y leo: «Los yrr han cambiado el mundo para siempre».
¿Lo han hecho?
Han ejercido una influencia decisiva sobre nuestro destino, y sin embargo apenas sabemos nada sobre ellos. Creemos conocer su bioquímica, pero ¿significa eso que los conocemos de verdad? Desde entonces no hemos vuelto a verlos. Sólo en el mar suenan sus señales, incomprensibles porque no están pensadas para nosotros. ¿Cómo genera ruidos un conglomerado de gelatina? ¿Cómo los recibe? Dos de entre millones de preguntas que de nada sirve formular. Las respuestas están en nosotros. Solamente en nosotros.
Quizá sea hora de que se produzca otra revolución de la humanidad con el fin de compaginar nuestra herencia arcaica con la evolución de nuestra inteligencia. Si queremos ser dignos del don que sigue siendo la Tierra, no hemos de investigar a los yrr, sino a nosotros mismos. Sólo el conocimiento de nuestro origen, que hemos aprendido a negar entre rascacielos y ordenadores, nos indicará el camino a un futuro mejor.

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